JULIETA, DESNUDA – Nick Hornby

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[páginas 343-346]

-¿Puedo preguntarle un par de cosas más? ¿Sólo para cerciorarme de haberlo entendido todo como es debido?

-Por supuesto.

-¿Qué pensó ese hombre que estaba usted haciendo en el cuarto de baño?

-Metiéndome un anticonceptivo.

Malcolm tomó nota de lo que acababa de oír -desde donde Annie estaba, podía leerse algo así como INSERCIÓN DE UN CONTRACEP.-, y lo subrayó con trazo enérgico.

-Ya veo. Y… ¿cuándo terminó la última relación de él?

-Hace unas semanas.

-¿Y esa mujer es la madre de su hijo menor?

-Sí.

-¿Cómo se llama esa mujer?

-¿Necesita de veras saber eso?

-¿Le resulta violento mencionar su nombre, quizá?

-¡Malcom!

-Lo siento. Tiene razón. Iba cargado de intención. Estoy tratando de ver por dónde empezar. ¿Por dónde quiere empezar? ¿Cómo se siente?

-Desolada, más que nada. Y un poquito estimulada. ¿Cómo se siente usted?

Sabía que no debía preguntarle eso, pero sabía también que Malcom lo había pasado muy mal durante los veinte minutos previos.

-Preocupado.

-¿De veras?

-No está en mis atribuciones hacer de juez. Como bien sabe. De hecho, tache eso que he dicho antes. Bórrelo del registro. Y también lo de mi “preocupación”.

-¿Por qué?

-Porque quiero hacerle una pregunta y no quiero que piense que quiero juzgarla.

-Me he borrado la memoria por completo.

-Estoy preocupado por la parte que puede haber jugado en la ruptura de la relación de ese hombre con su esposa. Y también por el hecho de querer traer un hijo al mundo sin padre.

-Creí que habíamos borrado “preocupado”.

-Oh. Sí. De todas formas. ¿Cómo se siente al respecto?

-Malcolm. Esto no nos lleva a ninguna parte.

-¿Qué acabo de decir?

-A mí no me preocupa en absoluto la moralidad de todo esto.

-Ya lo veo.

-¿No podemos hablar de lo que me preocupa, entonces?

-Si tenemos que hacerlo… ¿Qué es lo que le preocupa?

-Quiero liarme la manta a la cabeza e irme a los Estados Unidos. Mañana. Vender la casa y largarme.

-¿Se lo ha pedido él?

-No.

-Bien, pues. Creo que será mejor que hablemos de cómo sacar el mejor partido de una mala situación.

-Sé que piensa que soy un retrógrado, o como sea que me llame, pero no veo cómo podríamos definir todo esto como una “buena situación”. Usted es infeliz, y podría convertirse en una madre soltera. Y… En fin. Y ahora está pensando en Jauja.

-¿Dónde está eso exactamente?

-Los Estados Unidos. O sea, par los norteamericanos no es Jauja. Pero lo es para usted.

-¿Por qué?

-Porque usted vive aquí.

-Y punto. ¿Y no existe ninguna posibilidad de cambio, entonces?

-Por supuesto que sí. Por eso está aquí.

-Pero no muchas.

-No con lo que está ocurriendo con los precios de las casas últimamente, en todo caso. No sé cuánto pagó usted por la suya, pero no creo que vaya a poder recuperarlo en la situación actual del mercado. Ni siquiera los alquileres están bien. Tengo un amigo que está intentando alquilar su casa para el verano que viene. Y nunca había tenido ningún problema hasta ahora.

Annie siempre había oído hablar a Gooleness a través de Malcolm. Desde su primer día en la consulta. Pero ahora estaba escuchando la voz del país en el que había crecido: oía a los profesores y a los padres y a los colegas docentes y a los amigos. Así hablaba Inglaterra, y ella ya no podía escuchar lo que le decía.

Se levantó, fue hasta Malcolm, le besó en lo alto de la cabeza.

-Gracias -dijo-. Estoy mucho mejor.

Y se fue.

FIN

NOTA: 2. Inane.  Aunque se lea rápido (2 días) es demasiado tiempo desperdiciado.



JULIET, DESNUDA

Nick Hornby

Traducción de Jesús Zulaika

Anagrama-Panorama de narrativas

Primera edición: octubre 2010

[página 61]

-No critiques a la gente con pasiones -dijo Ros-. Sobre todo a los que tienen pasión por las artes. Son siempre los más interesantes.

Al parecer, todo el mundo había sucumbido a ese mito.

-Muy bien. La próxima vez que estés en el West End, vete a la salida de artistas de un teatro en el que haya un musical y hazte amiga de uno de esos cabrones tristes que esperan para conseguir un autógrafo. Verás lo interesantes que son.

[página 235]

¿Había alguna combinación de palabras más desalentadora que “charla” y “de chicas”?

Reseña en NEO2

Reseña en Babelia

Leer primer capítulo

RETRATO DE UN HOMBRE INMADURO – Luis Landero

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[páginas 231-234]

¿Le parece absurdo? Bah, no crea que tanto. Vivir es convertir el absurdo en el blanco de nuestros dardos lanzados al albur del momento. Entretanto, el viento va borrando las huellas de nuestros pasos descarriados. Y así, vamos por buen camino hacia ninguna parte. Yendo al azar, vamos a lo seguro. Y, a propósito de esto, ahora recuerdo que… Pero ¿no oye? Escuche. Sí, ahora sí. Ésa es la señal. Ya están ahí. Ahora empiezo a ver claramente las nieves perpetuas de mi Kilimanjaro. Y me pregunto si se acordará usted de mí durante mucho tiempo, y qué recordará. De joven vi una vez una representación de Edipo Rey, de Sófocles, y como yo estaba entonces hechizado por la música verbal, lo que vi y oí en esa obra fue ante todo la historia de una voz. Al principio, cuando Edipo sale de su palacio y se dirige al pueblo, su voz es grave, solemne, serena, y quizá hasta un punto arrogante, como corresponde por otro lado a un rey que además es un hombre ejemplar, un varón famoso en todo el mundo por su poder y sus virtudes. Luego hay un momento en que, al enfrentarse a Tiresias y a Creonte, su voz va subiendo de tono y perdiendo las formas hasta hacerse colérica, feroz, soberbia, amenazante. Cuando al fin se sosiega, y cuando luego empiezan las primeras sospechas de que acaso el asesino al que busca sea él mismo, el propio Edipo, la música de su voz se va quebrando, va adquiriendo matices de incertidumbre y de zozobra, y por ese camino desemboca en la autoconmiseración, en la queja, en el balbuceo, y el metal de ese tono nos produce un sentimiento de piedad que después es también de pánico y de horror cuando finalmente su voz se rompe y se desgarra y ya es sólo el grito inhumano que anuncia su caída en la mayor miseria humana que uno se puede imaginar. Y así, la línea melódica va recogiendo, como un sismógrafo, los más leves y profundos movimientos del alma. He ahí, pues, la historia de una voz. La primera vez no me enteré del argumento porque sólo atendí a aquella música de palabras que por sí misma, sin necesidad de ninguna significación, contaba a su manera la triste historia de aquel hombre.

Y me he acordado de eso ahora, en este último instante, porque mi voz ha durado toda la noche pero siempre ha sido más o menos la misma, ¿no es así? Una voz sin historia, como mi propia vida. me pregunto si mañana, o dentro de un mes, recordará usted algo de lo que le he contado, o al menos, la música de mi voz. Porque eso es lo que recuerdo yo en estos últimos instantes, las voces de la gente a la que conocí. Oigo la música de todos, la música de la vida, una sinfonía verbal en la que apenas se distinguen palabras. Sólo algunas frases puras, indestructibles y esenciales: “Se vende este local”, “No tengo aquí las herramientas”.

Y así podría seguir hablando y hablando y hablando, pero ya no hay tiempo para más. ¿Qué le ha parecido mi vida? ¿Le parece ridícula, insípida, trivial, curiosa, o una vida a medio vivir, o solamente una más entre tantas? Yo no sabría cómo definirla, y menos aún cómo juzgarla. Es así, créame. Al cabo de tanto tiempo, lo ignoro todo sobre mí. Sí, sólo ahora, al haber destilado mi vida en palabras, me doy cuenta de lo ignorante que soy de mí mismo. Por ejemplo. ¿He sido feliz en el amor? Creo que no, pero no estoy seguro. ¿Y en el trabajo? Pues tampoco está claro. Soy ateo, como ya le dije, pero ¿no habré sido sin saberlo un hombre religioso, un creyente que va por libre, la oveja aquella descarriada de la parábola? Pues quizá. ¿Ha merecido o no la pena vivir? Tampoco lo sé, porque no consigo abarcarme a mí mismo y ver mis años desplegados en panorámica, formando un argumento. Y eso sin contar que siempre me ha gustado más mirar el espectáculo del mundo que tomar parte en él. No sé nada, nada, nada. Ni siquiera sé si he vivido o no con cierta dignidad. Aunque, eso sí, tres o cuatro veces en mi vida he tenido el privilegio de caminar sobre las aguas… Y Cecilia… Me gustaría que mi vida hubiese sido al final una historia trágica de amor, para poder despedirme ahora con un pequeño discurso altisonante. Sería bonito. Pero no puedo. Como diría Bertini: “No tengo aquí las herramientas”.

Y ahora sí, ya es hora de acabar. Adiós y suerte, amiga, y gracias por su compañía.

FIN

Nota: 7 por narrar lo cotidiano tan bien.

LUIS LANDERO

Retrato de un hombre inmaduro

 

Tusquets – Colección Andanzas

1ª edición: noviembre de 2009

 

[páginas 48-49]

Pues en esos lugares es donde mi mujer se embosca a veces. Tú la llamas y puede que el sonido llegue a ella, pero también puede que no. Desde donde ella está quizá las palabras cercanas se confunden con los ruidos lejanos de la calle. O una extraña flojera mueve a no responder, cosa por otro lado nada rara, porque cuántas veces no habremos sentido la tentación, y el placer, de no contestar a quienes nos llaman con voces apremiantes y llenas de cariño. No comparecer ante el amor: he ahí una poderosa razón para el silencio. Y si a eso unimos el sufrimiento que el hombre suele causarle a la mujer, veremos que el hallazgo y la ocupación de esos lugares mágicos donde uno está a salvo como en ciertas casillas del parchís haya correspondido a las mujeres, que a falta de otra épica han conquistado territorios ignotos del ámbito doméstico. Y sin embargo, tan sigilosa como es, cuando sale a la calle con sus tacones y toda su bisutería y su cosmética y su bolso lleno de cachivaches y todos sus otros artificios de seducción, arma un ruido enorme, parece una caballería… ¡Pobres, pobres mujeres!

 

[página 109]

Por eso a veces eleva el tono y dice: “que a alguien se le niegue la gloria, se comprende: el destino es avaro con los elegidos. Pero el elegido es fuerte y feliz en el fango”. Y pone ejemplos de poetas y sabios, de santos, científicos y músicos, que han habitado en un cuarto con ratas y compuesto sus obras sobre un cajón y a la luz de un candil, con una gotera cayéndoles en la nuca. “De acuerdo, está bien, el destino debe poner a prueba a quienes se atreven a tanto”, sigue diciendo. “Que se jodan. Pero ¿qué le hemos hecho al destino los que no nos creemos elegidos para nada sino, al contrario, procuramos evitar las ratas, el cajón, el candil, la gotera, y así y todo sentimos mojada la nuca, irritados los ojos, heladas las manos y estamos allí, sin ninguna obra que componer, sin ningún ideal que nos caliente por dentro y sin ningún Dios con el que hablar o en el que creer? Ésa es la adversidad.”

Así que el hombre Chicoserio es un hombre trágico sin gestas: “¿Qué le hecho yo a los dioses para que me manden todas estas pequeñas calamidades que no sirven para ser contadas como hechos magníficos pero que a la vez le joden a uno la vida a cada instante?”

Rafa Reig, Toni López Lamadrid, Luis Landero y Juan Cerezo.

 

Reseña en ojosdepapel

Comentario en La curvatura de la córnea

en El Cultural

TORMENTAS COTIDIANAS – William Boyd

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[páginas 442-444]

-Es que no lo entiendo -dijo en tono lastimero.

-Nadie puede predecir el curso de los acontecimientos -señaló Adam, antes de volverse para mirar a las marismas.

Rita se rió de él.

-Tranquilo, hombre.

-No sé, me ha parecido que había alguien mirándonos.

-Sí, claro. Un monstruo va a salir del barro y te va a coger y te va a cambiar la vida por completo.

-Pues que sepas que ya me ha pasado.

La cogió de las manos y tiró de ella para que volviese a sentarse a su lado. Rita se tumbó.

-¿El qué? -dijo-. ¿Que te cambie la vida por completo?

-¡Eh Juan! -gritó Ly-on desde la playa-. ¡He encontrado otro!

-¿Por qué te llama Juan? -preguntó Rita mientras le besaba el cuello.

-Nada, un mote que me puso.

-¿Ah, sí?

-Sí.

Entonces él la besó en los labios, rozándole los dientes con la lengua, y le tocó un pecho. Ella apretó el muslo contra el suyo.

-¿Crees que podríamos vivir aquí? -preguntó él en voz baja, con la boca en la garganta de Rita-. ¿Qué te parecería?

-¿Aquí? Sería un infierno ir y venir del trabajo, ¿no?

-Me imagino que sí. Pero este lugar tiene algo…

-¿Quieres vivir en una caravana?

-No, no. Qué va. En una casa. Estaba pensando que podríamos comprarnos una casa en Allhallows. Una casita de campo. Juntamos los dos salarios, pedimos una hipoteca y nos venimos a vivir aquí, al estuario.

-Juntar los salarios, pedir una hipoteca, comprar una casa… -Rita se apartó unos centímetros para poder mirarlo a los ojos-. ¿Me estás pidiendo matrimonio?

-Supongo -dijo Adam-. ¿Qué me dices?

Rita le dio un beso.

-Todo es posible -contestó-. Nadie puede predecir el curso de los acontecimientos.

-Exacto.

Se quedaron un rato en silencio, tumbados uno al lado del otro en la hierba, a orillas del estuario del Támesis, en el lado de Kent, con las extensas marismas a sus espaldas. Adam estiró el brazo para cogerle la mano, y entrecruzaron los dedos.

-Te amo, Rita -dijo en voz baja, percibiendo el contraste entre su enorme debilidad y lo mucho que la necesitaba.

-Y yo a ti también -dijo ella sin alterarse.

Adam se sintió aliviado al quitarse un peso de encima. Se habían declarado con suma calma y sencillez, como silo que sentían el uno por el otro fuese parte de la naturaleza, algo tan evidente como las marismas que tenían detrás, el anchuroso río que discurría a sus pies, y las nubes que cruzaban pro encima de sus cabezas.

-Y sé que en verdad te llamas Adam.

Esta vez fue él quien se apartó unos centímetros para mirarla.

-¿Qué has dicho?

-¿Qué?

-¿Qué acabas de decir?

Ella se quedó pensando sin entender por qué hacía falta repetirlo.

-He dicho que lo de las bolsas me tiene alucinada. Las tenía en la mano.

-Ah sí, los juguetes.

-El disco, el juego de palas, el diábolo… No me puedo creer que me los haya dejado en la tienda. Nos los han robado, seguro.

-Qué va. Es que íbamos un poco acelerados -dijo Adam para ganar tiempo y ver si se calmaba-. Y con todo lo que hemos comprado, comida, bebida, platos, vasos, la manta… Teníamos un montón de bolsas. Seguramente nos las hemos dejado.

-A la vuelta paramos a preguntar.

-Vale.

Adam se incorporó lentamente, dándole vueltas a la cabeza. Tarde o temprano se enterará, pensó sin soltarle la mano. El entramado estaba saliendo a la luz, y Rita era una chica lista, una agente de policía demasiado espabilada y astuta como para no descubrirlo algún día, en un futuro no muy lejano. Además, ahora que vivían juntos, era inevitable que, en las conversaciones del día a día, se le escapasen más datos de la cuenta, demasiadas confidencias y pruebas circunstanciales de una vida anterior como para que una chica inteligente no las percibiese, no atase cabos y sacase conclusiones. Quizá debería contárselo algún día, confesárselo y punto.

De repente, se sintió liviano, ingrávido, como si fuese a salir volando si soltaba la mano de Rita. Ojalá llegue ese día, pensó, sería casi un milagro poder punto y final… Durante unos segundos sintió una alegría desaforada, cegadora: a lo mejor, con ayuda de Rita podría recuperar su antigua vida, volver a ser Adam Kindred de nuevo y hacer llover a las nubes. Tenía la poderosa sensación de que todo iba a salir bien, aunque al mismo tiempo era plenamente consciente de que, en esta vida finita, difícil y enrevesada que llevamos, era imposible que todo fuese a salir bien. Pero, bueno, al menos tenía a Rita, y eso era lo único que de veras importaba: que ahora tenía a Rita. Siempre me quedará eso, pensó. Eso, y la luz del sol, y el mar azul a lo lejos.

FIN

NOTA: 3. Antes William me gustaba, éste me aburrió. Mucho.

 

TORMENTAS COTIDIANAS

William Boyd

Traducción de Víctor V. Úbeda

Duomo ediciones. Nefelibata

2010

Comentario en el blog Libros morrocotudos

Comentario en el blog Hablando de lo nuestro

Comentario sobre la edición (una vez más de Duomo, que ya perpetró la biografía de Cheever) en el blog Las vacaciones de Holden

MUERTES POCO NATURALES – P. D. James

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[páginas 361-363]

Resultaría inútil señalar, por supuesto, que de haber hablado antes, Latham podría haber salvado la vida de Digby. ¿Era verdad? Los asesinos ya habían montado su historia: la apuesta con Seton, el experimento que salió horrorosamente mal, el pánico que sintieron al descubrir que Maurice había muerto, la decisión de cortar las manos despellejadas para ocultarlas. Sin la confesión, ¿realmente habría sido posible demostrar que Maurice Seton no había muerto de muerte natural?

Con el pulgar izquierdo y la palma rígidamente vendada, Dalgliesh intentó sujetar la carta de Deborah y meter las yemas de los dedos de la mano derecha bajo la solapa, pero el grueso papel se le resistió. Latham exclamó con impaciencia

-¡Démela, yo la abriré! -El sobre cedió bajo sus dedos largos manchados de nicotina. Se lo devolvió a Dalgliesh-. Por mí, no se preocupe, lea tranquilo.

-Ya. Sé qué dice, puedo esperar -dijo Dalgliesh, pero mientras hablaba extendía la hoja.

La misiva sólo contenía ocho líneas. Deborah jamás escribía cartas largas, ni siquiera de amor, pero esas frases entrecortadas y definitivas eran de una economía despiadada. ¿Y por qué no? El suyo era un dilema humano básico: podían pasar juntos toda una vida, explorándola laboriosamente, o librarse de él en ocho líneas. Dalgliesh las contó y volvió a contarlas, calculó la cantidad de palabras, observó con falso interés la extensión de las líneas, los trazos de las letras. Deborah había decidido aceptar el trabajo que le ofrecían en la sucursal de su empresa en Estados Unidos. Cuando recibiera esa carta, ya estaría en Nueva York. No soportaba seguir flotando en la periferia de su vida, a la espera de que él tomara una decisión. Era muy improbable que volvieran a verse. Así todo sería mejor para los dos. Las frases eran convencionales, casi trilladas. Era un adiós sin estilo ni originalidad, incluso sin dignidad. Y si había escrito la carta con dolor, la letra segura no lo reflejaba.

Oyó en segundo plano el parloteo agudo y arrogante de Latham. Decía que tenía una cita en el hospital de Ipswich para que le hicieran unas radiografías de la cabeza, sugería que Dalgliesh lo acompañara y se hiciera revisar la mano herida, especulaba viperinamente sobre lo que Celia tendría que pagar a los abogados para hacerse con la fortuna de los Seton y una vez más intentaba, con la torpeza de un colegial, justificarse por la muerte de Sylvia Kedge. Dalgliesh le dio la espalda, cogió su carta de la repisa de la chimenea, juntó ambos sobres e intentó romperlos impaciente. Eran demasiado gruesos y, al final, los arrojó enteros al fuego. Tardaron mucho en quemarse. Cada hoja se chamuscó y rizó a medida que desaparecía la tinta, hasta que, finalmente, su poema brilló, plateado sobre negro, negándose obstinadamente a perecer, y Adam ni siquiera pudo coger el atizador para hacerlo polvo.

FIN

NOTA: 6. Innecesariamente retorcido.

P D James por June Mendoza

 

MUERTES POCO NATURALES

P. D. James

 

Traducción: margarita Cavándolli

Punto de Lectura

 

«La novela detectivesca según P. D. James» en El País

STARK – Edward Bunker

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-Inteligente, coser y cantar. Nos marchamos.

-¿Qué ha pasado con Pablo?

-Lo mismo que planeaba sobre mí, sólo que yo actué un minuto antes. Aunque él fue más rápido que Klein. Acabó con ella y casi acierta por partida doble.

-Entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿No nos buscará la policía? La verdad es que te quieren a ti, no a mí, sólo que coincidió que yo también estaba allí. Aunque ha sido un bonito detalle que volvieras a rescatarme. Pensé que no volvería a verte.

Vivo o muerto.

Mientras Stark se dirigía al norte, decidió compartir su suerte con Dorie.

-Verás todos los regalos que te he traído, nena. Mira el alijo que me he llevado de la caja fuerte de Klein. Hay bastante para colocarnos durante un par de años y dinero suficiente para montar un negocio. Incluso legal.

Le enseñé la bolsa con los paquetes y el dinero.

-¿Estás loco? Toda la policía de California te está buscando. ¿Y tú estás pensando en meterte en el negocio de la droga? Para el coche -dijo-. Necesito probar un poco, estoy enganchada.

Stark paró a un lado de la carretera. Tenía que mear. Bajó a la cuneta junto al coche para que no le vieran los demás automóviles que pasaban. Al hacerlo, escuchó alejarse el Cadiilac. Dorie se largaba. Acababa de estafar al estafador.

Al ver cómo el Cadillac se alejaba por la carretera, Stark se sonrió. No le había dicho a Dorie que el coche era el de la señora Klein. La policía pronto se pondría a buscarlo. También se le había olvidado contarle que el arma de la mujer estaba en la guantera y que llevaba la mitad de la pasta en el bolsillo.

Unos metros más adelante, el Cadillac se detuvo a un lado. ¿Había cambiado de idea? Stark avanzó rápidamente. Cuando se acercó, ella le tiró la bolsa del banco en la cuneta. Parecía que dentro estaba la  mitad del dinero y la mitad de la droga. La mujer tenía corazón, después de todo.

No había suficiente para montar un negocio pero tenía veinticuatro horas y pasta para llegar hasta Canadá, lejos del alcance de Crowley. Allí había todo un mercado de primos esperando a un estafador con labia como él. Caminaba por la carretera silbando, listo para pasar a la acción otra vez, en un lugar nuevo.

FIN

Nota: 10. La novela de un sabio.

STARK

Edward Bunker

 

Traducción de Zulema Couso

Prólogo de James Ellroy

Sajalín Editores

[páginas 201-202]

 

-Por suerte, aquí hay algo llamado siesta. Los dos caballeros se comportaban como un par de violadores así que la señora Cantina me encerró en una habitación e hizo guardia. Me quedé dormida y, cuando me desperté, ella roncaba. Abrí el pestillo con una horquilla. No era un cerrojo de verdad, sólo una especie de enganche. Las dos moles estaban dormidas sobre la mesa en la cantina así que salí de puntillas. Pensé que no vendrían a por mí si hacía autostop en la parte estadounidense, cerca de la policía fronteriza.

 

Reseña sobre Edward Bunker en el blog aviondepapel.tv

Sobre Edward Bunker en Escrito en el viento

HISTORIAS DE LONDRES – Enric González

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Yo, aquella tarde, me bebí una pinta asomado a las aguas oscuras del puerto y pelándome de frío.

Luego caminé hacia el este, el puñetero este hacia el que viajaría en un futuro inmediato, para acercarme al Cutty Sark, una devoción personal.

Mi querido siglo XIX tuvo un gran defecto: los barcos dejaron de crecer y de extender más y más velas por culpa de la máquina de vapor, que los hizo lentos y achaparrados pero, eso sí, insensibles a los caprichos del viento y poco exigentes en materia de tripulación. El barco a vapor se adueñó poco a poco de las rutas comerciales oceánicas y, sobre todo, de la ruta oriental del té.

La navegación a vela planteó un combate final y se entregó a la voluntad del viento para crear el clíper: el barco más bello, esbelto, grácil y veloz. Bastaba una brisa para que el afilado casco del clíper volara sobre las olas y rebasara como un suspiro a cualquier monstruo con chimeneas.

Fue un beau geste, una forma elegante de morir. El vapor, más barato, se impuso. El clíper tuvo que dejar el comercio del té y descender a la lana australiana. Finalmente, abandonó los mares.

El Cutty Sark, botado en 1869 por el naviero londinense John Willis, fue de los últimos en caer. Transportó mercancías hasta 1921, cuando manos piadosas lo salvaron del desguace y le devolvieron su esplendor. Su elegancia casi inmaterial sobrevive en los muelles de Greenwich, el límite oriental de la ciudad, donde el Támesis empieza a oler a mar. Es una lástima que uno no abandone Londres desde allí.

Por la noche tomé una cerveza con Íñigo, que fue tan bondadoso como para felicitarme por mi nuevo destino. Por alguna razón, Íñigo Gurruchaga tiende a considerarme un tipo afortunado -justo lo que yo pienso de él-, y aquella noche me describió un futuro de color rosa. Yo iba a disponer, eso era casi seguro, de una especie de palacete en el que enfundado en un batín de seda y con el habano entre los dedos, apenas debería interrumpir unos minutos el goce de los refinados placeres continentales para despachar algunas líneas, espléndidamente pagadas, hacia Madrid.

Después de años de práctica, Íñigo es muy competente despidiendo a la gente que se va de Londres. A veces me recuerda a esa gente que despedía desde los muelles a los soldados que embarcaban hacia la guerra, con entusiastas vítores de ánimo. Muy de agradecer. Pero, claro, ellos se quedaban. Como Íñigo.

No hubo, por supuesto, palacetes ni lujo ocioso en mi futuro. No me fue mal, sin embargo, en mi nueva ciudad.

Vuelvo a Londres con frecuencia, y a veces me entran ganas de regresar y quedarme para siempre.

¿No se podría vivir del aire en Londres?

Prefiero no alarmar todavía a Lola. Tengo que llamar a Íñigo y consultarle sobre el asunto.

FIN

Nota (3ª relectura): 12!!!!!!!

[página 105]

Aquel documental, emitido por la BBC en 1969, tiene aspectos muy cómicos. El argumento se anudaba en torno a situaciones supuestamente cotidianas de los Windsor, como, por ejemplo, una barbacoa en los jardines de palacio. Basta verles de uniforme en el balcón de Buckingham para convencerse de que esa familia comparte la afición por las barbacoas y que, en cuanto pueden, sacan al jardín el carboncillo y el ketchup. Las imágenes de Felipe de Edimburgo asando salchichas con la actitud relajada de quien practica una autopsia por primera vez, de la reina untando pan, de los hijos cariacontecidos y los perritos korgis atónitos ante la monumental patraña, podrían formar parte de la historia universal del humor.

[páginas 219-221]

Aquel monumento al champán just in time fue desmontado en canto se extinguió la llamarada del dinero fácil y llegó la recesión. St. Katharine sigue dedicándose a los yates, pero el restaurante, rebajado a la condición de pub, y casi a la de merendero para turistas en verano, vende más bocadillos de atún que botellas de Louis Roederer.

HISTORIAS DE LONDRES

Enric González

LONDRES VICTORIANO – Juan Benet

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[página 203]

La condena y muerte de Wilde (celebrada con champán por Queensberry) fue recibida con horror no sólo en París, donde contaba con numerosos amigos de las élites intelectuales, artísticas y teatrales -y no todos necesariamente homosexuales-, sino incluso en su propia tierra. Fue uno de esos casos individuales que ponen de manifiesto que algo anda mal en una civilización aparentemente robusta; como ese inesperado mal síntoma que sobreviene a una persona que jamás ha ido al médico. Sus propias palabras, en las que exaltaba un culto amoroso tenido por nefando pero que tan celebradas habían sido en los círculos más exigentes, se volvieron contra él en cuanto la justicia, en todo ajena a los valores estéticos del crimen, se hizo con ellas como prueba de convicción. Como ha ocurrido con frecuencia en la historia de la humanidad, el país más poderoso y rico no era ni mucho menos el más tolerante y avanzado, sus poderes convencidos de que su mejor fuerza residía en las que, en todos los tiempos y latitudes, se han llamado las virtudes tradicionales, siempre opuestas a la menor transgresión. Inglaterra era muy posiblemente hacia 1900 uno de los países más inhabitables de una Europa en la que resonaban todos los portazos de Whitehall. Estaba en guerra con los nacionalistas de Parnel en Irlanda, con los bóers y ashanti en África, con los bóxers en China y con buena parte de socialistas, sufragistas, sindicatos, artistas, intelectuales, adúlteros, insolventes y homosexuales, en casa.

La paz había durado dos tercios de siglo y dejaba una sólida herencia que, por grandes que fueran los dispendios de las nuevas generaciones, garantizaba un futuro tan abrigado y pudiente como el de Augusto. No en balde se trataba de un imperio que con la fusión de las colonias australianas en una federación el 1 de enero de 1901 había alcanzado sus límites geográficos y llevaba hasta el extremo de sus fuerzas al pueblo que lo había creado, en repetición de los pasados ejemplos de Roma y España.

Victoria murió en su palacio de Osborne, en la isla de Wight, el 22 de enero de 1901, pocos días después de recibir a Lord Roberts para ser informada del curso de la guerra en Sudáfrica. La muerte acaeció menos de dos meses después de la de Wilde. Los dos epítomes de la respetabilidad y la desfachatez cayeron al mismo tiempo. Al entierro de Wilde en Bagneux, “un enterrement de 6ème classe”, asistieron catorce personas. El féretro que transportaba los restos de Victoria fue llevado en procesión por las calles de Londres -una apoteosis de velos negros, casacas rojas, coraceros y caballos- y trasladado a Windsor donde aquéllos recibieron sepultura en el mausoleo de Frogmore, junto a su llorado esposo. La historia dice que su muerte “fue sentida con una profundidad y sinceridad de las que hay pocos paralelos en la historia de las naciones. Las envidias que había despertado en los primeros y medios años de su reinado habían sido olvidadas hacía tiempo; el carácter personal de la soberana, sólo al final debidamente comprendido, por su amabilidad y simplicidad, por su intransigente devoción al deber, por su modesta pureza y bondad, habían inspirado el respeto universal y un incontestable afecto.Fue el primer monarca de Gran Bretaña genuinamente constitucional; para el Imperio británico fue a encarnación de aquel sentido del orgullo de la raza y de la grandeza nacional de los que era tan conscientemente serena”.

Una semana después fue coronado Eduardo VII, rey de Inglaterra, Escocia y Gales, emperador de la India. Daba comienzo el Londres eduardiano pero ésa es otra historia, como diría Kipling.

FIN

Nota: 10. Erudito tipo Benet.

LONDRES VICTORIANO

Juan Benet

Herce

[página 181]

“Londres es posiblemente en muchos aspectos un niño echado a perder”, escribe Henry James en English Hours para añadir más adelante:

Londres es tan feo y tan brutal y ha reunido tantos aspectos oscuros de la vida que resulta casi ridículo hablar de él como un amante de su querida y casi frívolo aparentar ignorancia acerca de sus crueldades y su degeneración.

(Al llegar a este punto no me resisto a señalar la insólita coincidencia entre dos hombres tan distintos, Henry James y Antonio Machado:

Londres, Madrid, Ponferrada,

tan lindos… para marcharse.

Así escribe el poeta castellano en tanto el americano no se queda atrás:

… the satisfaction of life in London comes from literally living there, for it is not a paradox that a great deal of it consists in getting away.

Reseña en El Boomerang

Reseña en el blog Nos escriben de Janina


LLENOS DE VIDA – John Fante

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[páginas 156-157]

-¿Lo has visto?- murmuró.

Le apreté la mano.

-No hables ahora, cariño. Duerme.

-Ha sido maravilloso -dijo suspirando-. Ningún dolor, nada.

Cerró los ojos y se la llevaron por el pasillo.

Mi padre seguía en la sala de espera, junto a la ventana. Le puse la mano en el hombro y se volvió. No tuve que decirle nada. Rompió a llorar. Apoyó la cabeza en mi hombro y fue un llanto muy amargo. Palpé los huesos de su espalda, los músculos viejos y reblandecidos, y percibí el olor de mi padre, el sudor de mi padre, el origen de mi vida. Sentí sus lágrimas ardientes, la soledad del hombre, la ternura de todos los hombres y la dolorosa belleza de la vida.

Lo así de la mano y fuimos pasillo abajo hasta el mostrador de la enfermera jefe. Se cubría los ojos con un ancho pañuelo rojo que humedecía de lágrimas y mientras él lloraba dije a la enfermera que mi padre quería ver a su nieto. Mi padre no la miraba, pero la enfermera no pudo soportar el espectáculo de su apenada alegría.

-Va contra las normas -dijo-, pero…

Cruzamos tras ella las puertas oscilantes, la mano de mi padre en la mía. Desapareció y un momento después estaba al otro lado del vidrio, con una mascarilla en la cara y el niño en las manos. Mi padre no lo veía, porque se tapaba los ojos con las manos y el pañuelo, pero supo que estaba muy cerca, y el respeto se apoderó de él, como si tuviera miedo de mirar la cara de Dios. Aunque hubiera levantado los ojos, los tenía tan anegados en llanto que no lo habría visto. Segundos después la enfermera se llevaba al pequeño y yo me llevé a mi padre por el pasillo. Estuvo llorando hasta que subimos al coche. La experiencia lo había dejado sin fuerzas. parecía conmocionado mientras volvíamos, con la cabeza apoyada en el respaldo del asiento y las manos yertas en los muslos.

-Quiero irme a casa -dijo.

-Llegaremos enseguida.

-A San Juan. Con tu madre.

Miré el reloj.

-El diurno de San Joaquín sale dentro de una hora. Es un rápido.

-Vamos por mis herramientas. Luego llévame a la estación.

Fuimos en silencio. Poco a poco recuperó las fuerzas. Detuve el coche delante de mi casa. Bajamos y se quedó mirando el empinado tejado a dos aguas, la entrada de arco.

-Es una buena casa -dijo.

-El suelo se comba un poco.

-Bah. Eso no es nada.

-Tenemos termitas.

-Todo el mundo tiene termitas.

-Pero no todo el mundo tiene una chimenea como la mía.

Sonrió y encendió un cigarro.

-Es una buena casa, muchacho. Espacio de sobra para que Santa Claus baje por la chimenea.

-Papá, ¿recuerdas la parcela aquella que estaba junto a las tierras de Joe Muto? ¿Crees que debo comprarla?

-Tú vive aquí y mantén a tu familia -dijo.

Entramos en la casa y lo oí cantar mientras hacía las maletas.

FIN

NOTA: 5. Se puede vivir sin leerlo.

 

 

LLENOS DE VIDA

John Fante

Traducción de Antonio Prometeo Moya

Anagrama

Comentario en Papel en blanco

Mini reseña de José Ángel Barrueco

EL LADRÓN DE ALMAS – Charles Baxter

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[páginas 218-220]

No le dirá que lo ha abandonado todo a cambio de esta vida doméstica asentada, la que él atesora y ama. No le dirá que su vida pública es, a su manera, un secreto dentro de un secreto. Que él, a su manera, es también un ladrón del alma, y que el alma que ha robado pertenece a una lesbiana ex escultura que vive en algún lugar lejano y, con toda probabilidad, sola. Y que él ahora vive, e irá a su tumba, acompañado por otra.

Nathaniel tiene la casa a su disposición. Es suya, en una soledad temporal, excepto por su sombra. Sube la escalera. Empuja la puerta del dormitorio de Jeremy.

Nathaniel Mason se acerca al escritorio sobre el que se amontonan los objetos de Jeremy. Ahí, en el lado izquierdo, hay en el borrador de una redacción para acompañar al formulario de solicitud de admisión en una universidad, impreso por el ordenador de Jeremy. Nathaniel se inclina para leerlo.

Las cosas que damos por descontadas

POR JEREMY MASON

¿Qué damos por descontado? ¿Y dar ciertas cosas por descontadas es natural o un error? ¿O tal vez tanto lo uno como lo otro? Cuando viajo en autobús desde mi casa a la escuela de enseñanza media Emerson, donde estudio, sé con mucha anticipación dónde están todas las curvas de la carretera. Puedo prever los atascos de tráfico. La mayor parte de los días mis compañeros de clase ocupan los mismos asientos. Incluso sé cuando ladrarán los perros del barrio. ¡Por inverosímil que parezca, conozco los nombres de algunos de los perros, puesto que los he paseado, como un trabajo en el verano! Gracias a Dios, los seres humanos somos capaces de prever algunos acontecimientos. De esa manera, podemos hacer planes.

Podemos ahorrar dinero por si en el futuro nos encontramos en apuros. Podemos trazar una estrategia, un plan de acción. De no ser así, viviríamos continuamente en la oscuridad, encontrándonos con sorpresas a cada momento. Las sorpresas son buenas, pero no cuando son eternas. Sin embargo, hay ciertas cosas que jamás debemos dar por descontadas, sobre todo tres de ellas. No debemos dar por descontadas a nuestra familia, nuestras creencias y nuestros [¿puntos fuertes y flacos?, ¿seres queridos?, ¿salud?].

Nadie debe dar por descontada a la familia. Por ejemplo, mi hermano menor es raro, pero siempre me sorprende por lo valiente que es. La semana pasada dijo a la familia que el próximo verano se propone viajar solos la India, par que lo “ilumine” un gurú que ha encontrado en internet, y del que tengo la seguridad de que no es tal gurú. Le gusta llamar la atención, pero en el fondo es inofensivo e intrépido. Ha dicho que es gay, pero eso fue una grandilocuencia suya. Por ejemplo, le he visto mirar absorto durante largo rato la revista Playboy. Mi madre es una persona reservada, pero siempre está a mi disposición y siempre me apoya en mis esfuerzos atléticos y logros académicos, y siempre está de mi parte. Insiste en que estudie seriamente y que prescinda de cuanto pueda para volcarme en el estudio y el atletismo. También mi padre es reservado, pero, como dice el viejo proverbio, del agua mansa líbreme Dios, que de la brava me libro yo. Sé que él…

Nathaniel se aparta de la página. En un lado del escritorio, dentro de su jaula, Amos, la rata albina que es la mascota de Jeremy, alza el hocico de su yacija para ver si ocurre algo. En el exterior tal vez un coche esté subiendo por el sendero de acceso. Lo que su hijo ha escrito sobre él, sea lo que fuere, puede esperar a que lo inspeccione. Pronto estarán todos en casa, su mujer y sus dos hijos, y Nathaniel habrá preparado una ensalada, mondado y hervido las patatas para el puré, y habrá colocado suavemente los filetes en la parrilla. ¿Añadirá una guarnición de judías verdes? Eso depende. Las puertas delantera y trasera harán ruido al abrirse, y el tumulto llenará la casa como lo hace cada noche. Laura le ha dejado una nota informándole de que los platos están escondidos en el frigorífico, y cómo debe prepararlos. “Bienvenido a casa, cariño”, empieza la nota, y sigue diciendo: “¿Has estado en la radio? Si no tienes ideas sobre la cena, deberías empezar por…”.

(En el sótano, cerca de su mesa de trabajo, donde está montando una casita azul para pájaros que colgará del manzano en el jardín trasero, hay un amigable y compacto pato metálico, robusto y erguido sobre sus dos patas de metal. En el cajón de la misma mesa hay un sobre cerrado. Y dentro del sobre hay un mensaje doblado, seguramente una bendición, cree él. Esta esperanza constituye su último artículo de fe, que no soltará hasta el fin de sus días.)

Bendiciones aparte, piensa, para mi familia, para los pobres y desvalidos, los desconsolados, las víctimas de la violencia y sus perpetradores. Que ninguno de ellos sea destruido. Bendiciones para todo el mundo. Bendiciones sin límite.

Una última visita de Gertrude Stein, mientras se despide de él agitando una mano: Durante largo tiempo, también ella había sido un ser vivo.

Al cabo de unos minutos, en la cocina, saca los platos del frigorífico, uno tras otro. Inicia los preparativos de la cena.

FIN

Nota: 6,76. psé, está bien. Un poco artificiosa. Los tiene mejores.

EL LADRÓN DE ALMAS

Charles Baxter

Traducción de Jordi Fibla

RBA, febrero de 2010

[página 187]

Detesto los sueños. Los detesto cuando aparecen en la literatura y cuando yo mismo los tengo. Desconfío del valor como verdades que Freud les asignaba. Los sueños mienten tan a menudo como dicen la verdad. Sus castillos, reinos y mazmorras imaginarios son una colección desechada y rota de metáforas obvios. Cuando las tienes en la mano, te falta la llave que te dé acceso a cualquier sitio. No abrirán ninguna puerta.

Comentario en el blog El placer de la lectura

Reseña en El Cultural

HISTORIA DE LA INCOMPETENCIA MILITAR – Geoffrey Regan

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[páginas 369-371]

Como operación militar Suez demostró los problemas que se pueden producir entre los mandos militares y sus superiores políticos. Es fácil cargar todas las culpas a Eden y ver a los soldados como las víctimas de un primer ministro indeciso y enfermo. Por su parte, los mandos militares fueron lentos, cautelosos y vacilantes a la hora de seguir los dictados estratégicos de los políticos. La armada estaba absolutamente oxidada y se mostró incapaz de reaccionar con rapidez ante una amenaza a los intereses británicos.

Retrospectivamente se puede calificar la respuesta del gobierno de Eden a la nacionalización del canal como de poco realista. El 26 de julio no disponía de las tropas adecuadas y entrenadas para realizar esta difícil misión ni de medios de transporte aéreo, no poseía ninguna base en condiciones cercana a Egipto y no disponía de tropas de repuesto que pudiesen ser organizadas a tiempo. La idea era irrealizable en todos sus aspectos. Pese al estado de las fuerzas armadas británicas, Eden cometió el error de amenazar a Nasser sin tener medios que las respaldasen. Después de todo el Reino Unido había sido la primera nación en abandonar la zona del canal de Suez por lo difícil y costoso que resultaba mantener una fuerza militar a gran escala en Egipto que hiciese frente al antagonismo local. Así pues, ¿no era harto probable que si las tropas británicas regresaban fueran vistas como invasoras? Si su propósito era derrocar al gobierno egipcio -y Nasser era un líder popular y carismático- ¿cuánto mayor no hubiese sido la resistencia a la que tendrían que enfrentarse en comparación con la existente cuando estaban simplemente confinados en la zona del canal? Además, si Nasser hubiera sido derrocado, la dirección de Egipto hubiese recaído en grupos de terroristas como los que habían causado problemas a Israel durante mucho tiempo. Cualquier gobierno impuesto por los británicos hubiese sido impopular ante el creciente poder del nacionalismo árabe. Como señalaban Fullick y Powell: “la manera en que tanto Eden como los franceses eludieron el tema de qué sucedería después de Nasser es una muestra de falta de previsión sólo igualada por su escasa compresión de la nueva coherencia del nacionalismo árabe”.

El gobierno también cometió errores en su trato con sus mandos militares. Stockwell no fue informado del papel que Israel jugaba en el plan y se permitió que tuviese que mendigar retazos de información de sus colegas franceses, mejor informados. Stockwell obró correctamente al decir que los soldados necesitan tener una idea clara de qué es lo que se les envía a hacer y por qué. Fue un error que los mandos intermedios tuviesen que hacer la tarea de los políticos y justificar la acción ante sus hombres. La falta de un objetivo político claro complicó toda la operación. Los contradictorios objetivos políticos de Eden (primero, derrocar a Nasser y tomar El Cairo, y luego tomar el canal y garantizar la libertad de navegación) indican que se perdió mucho tiempo planificando la operación equivocada. Eden tuvo que haberse dado cuenta de que en el contexto de la opinión pública de 1956 nunca sería posible justificar un asalto anfibio sobre Alejandría, una batalla a gran escala contra el ejército egipcio y una marcha triunfante sobre el Cairo.

No es muy exagerado decir que Stockwell no sabía si iba o si venía. Escuchó las noticias del alto al fuego mientras sus hombres estaban desembarcando y telegrafió a Londres sarcásticamente: “hemos conseguido lo imposible. Estamos siguiendo dos caminos a la vez”. C. L. Cooper muestra hasta qué punto Eden interfirió en la planificación de las operaciones militares y cómo, a medida que crecía la presión internacional y la del propio país, aumentaban sus dudas y sus vacilaciones y comunicaba su indecisión a los militares.

Sin embargo, tampoco se puede absolver a los mandos militares ni a los planificadores de su culpabilidad por el fracaso de Suez. Los mondos británicos eran prisioneros de la estrategia y de las tácticas de la segunda guerra mundial. Consideraban que Egipto era una formidable potencia militar por el material soviético que poseía. Sus fusiles semiautomáticos checos eran mejores que cualquier otro que tuviesen los británicos (que en su mayoría iban armados con fusiles de retrocarga del año 1943). Pero por otra parte la creencia de que los voluntarios de la Europa del Este dirigían los tanques y pilotaban los aviones era totalmente errónea y estaba basada en fallos del servicio de información. Los instructores de la RAF deberían haber recordado la baja calidad de los cadetes egipcios que acudían a sus cursos para aprender a pilotar aviones. El resultado de esta sobrevaloración del potencial egipcio fue que la junta de jefes de Estado Mayor insistió en reunir una enorme fuerza invasora, totalmente desproporcionada para la misión que debía realizar. La lección de Arnhem les había mostrado los peligros de lanzar un ataque aéreo sin disponer de tropas de refuerzo, pero la diferencia, desde luego, estaba en la calidad del oponente. Los egipcios no eran los alemanes y los más conscientes de esta diferencia eran los israelíes. Culparon por el fracaso de la operación de Suez a los errores de planificación de los desembarcos aliados con estas palabras: “después de una larguísima incubación, finalmente han aparecido dos pollitos”, mientras que el general Harvaki, jefe del servicio de información israelí, comentó: “¿A quién se pensaban los británicos que estaban invadiendo? ¿A la Unión Soviética?”.

FIN

NOTA: 10. Estamos vivos de milagro.

HISTORIA DE LA INCOMPETENCIA MILITAR

Someone had blundered… A Historical Survey of Military Incompetence

Geoffrey Regan

Traducción de Rafael Grasa

Crítica

[página 59]

“La guerra es el reino del error; cuanto mayor sea la presión a que está sometido un oficial, mayor será la probabilidad de que yerre”

[página 104]

Bien pensado no resulta sorprendente que el caballo se convirtiese en el sien qua non de la vida militar. Durante mil años ha proporcionado al hombre enormes ventajas. No había nada mejor para el transporte y acarreo. Los caballos hacían subir la moral y reforzaban los egos. Liberaban a los soldados del peso de sus cuerpos y les permitían ir sentados a la guerra. A la hora del descanso uno podía esconderse tras ellos; cuando hacía frío podías abrigarte con su calor, y cuando morían podías comértelos.

Dados los orígenes tradicionalmente rurales de muchos oficiales del ejército de tierra y de las familias de militares, cabalgar en un contexto deportivo como el de la caza se convirtió en uno de sus pasatiempos favoritos. Así, los deportes como el polo, la caza del jabalí y, en una época ya más lejana en el tiempo, los torneos de justas, actuaban no sólo como aspectos simbólicos de la guerra social, sino que también estaban asociados a la clase social más elevada, por lo que no resulta sorprendente que tuviesen muchos partidarios entre aquellos que escogían el ejército como carrera. Y tampoco resulta sorprendente que la caballería se convirtiese en el cuerpo del ejército con un status quo más elevado. Ni que ellos fuesen los más vehementes detractores del tanque, al que consideraban más “un vástago intruso que un digno heredero”.

[página 123]

Ya en 1781, William Lloyd, que se confesaba un “aventurero militar”, cuestionaba el interés predominante por la disciplina prusiana que dominaba a los ejércitos de la época y levantó una polémica que no llegó a su fin hasta el siglo XX. Sugirió que los uniformes de la época eran una insensatez y que a los soldados se les debía vestir y armar en función de la naturaleza de sus ocupaciones. Esto puede parecer obvio, pero pocas veces los soldados han tenido una indumentaria cálida en invierno, fresca en verano, resistente y cómoda y con la que no resultasen demasiado vistosos. Los uniformes poco adecuados han sido la causa de tantos desastres militares como los errores tácticos en los campos de batalla.

Opinión en Dooyoo

NO ME CUENTES EL FINAL – Javier Rodríguez Marcos

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    Lo malo del verano es que ya sabemos cómo termina: con una tormenta que baja la temperatura cinco grados irrecuperables. Seguiremos llevando sandalias con los pies congelados hasta que nos convenzamos de que no hay vuelta atrás, lo mismo que sufrimos los calcetines hasta el bendito 40 de mayo. Todo esto para decir que, según la brillante deducción de Schopenhauer, las cosas tienen un final.
También los libros tienen un final. Otra brillante deducción. De hecho, la diferencia entre un libro malo y uno bueno es que los malos solo tienen eso, final. Claro que antes de la página 301 el autor se ha preocupado de escribir otras 300, pero tanto para él como para sus lectores, el trabajo de escribirlas y el de leerlas no es más que una fatiga absurda, un peaje. A la gente le gustan los finales, pero nadie pagaría solo por ellos. 

Los libros buenos, sin embargo, a veces tienen el final en la primera página. Aunque este sea de armas tomar. Un ejemplo: «La mañana del sábado 9 de enero de 1993, mientras que Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo asistía con los míos a una reunión en el colegio de Gabriel, nuestro hijo mayor. Luego nos fuimos a comer a casa de mis padres y Romand a la de los suyos, a los que mató tras el almuerzo». Así arranca El adversario, de Emmanuel Carrère (Anagrama), un libro sin trampa ni cartón que ni siquiera tiene la desfachatez, y hubiera sido fácil, de hacerse pasar por ficción. En ocasiones el elogio más venenoso que puede hacerse de una obra literaria es que se lee como una novela. La etiqueta es minúscula. ¡Pero si ni siquieraLos hermanos Karamazov se lee como una novela!

El caso es que todo lo que cuenta El adversario es real. Romand vive hoy en una cárcel francesa y Carrère lo conoció cuando decidió escribir sobre él. Aquel 9 de enero el escritor estaba terminando otro libro inquietante: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (Minotauro), la biografía de Philip K. Dick, el autor del cuento en el que se basa Blade runner y uno de los tipos más extraños del gremio literario, negociado en el que, como se sabe, no faltan los raritos (ni los que se lo hacen). K. Dick estaba convencido, como Platón, de que él conocía la verdad que sustenta el universo y de que Nixon le perseguía por ello. Tenía motivos para la paranoia, pero no los que él imaginaba: cuando murió su hermana gemela, con un mes de vida, sus padres la enterraron bajo una lápida en la que escribieron también el nombre de Philip. Para ir adelantando.

Romand, sin embargo, no es un perturbado, ni siquiera un genio perturbado. No es más que un mentiroso. Se pasó 18 años haciendo creer a todos -a sus padres primero, a su esposa después, a sus hijos más tarde- que era quien no era y, sobre todo, que tenía el trabajo que no tenía. Y ese trabajo era el de médico, nada menos. Cada mañana se despedía de los suyos y se iba a una oficina de la OMS en la que no paraban de lloverle los ascensos, con sus consiguientes subidas de sueldo. Los libros de verdad interesantes no responden a la pregunta de quién sino de por qué. Carrerè, de paso, responde a otra más: cómo. No cómo mata Romand a su familia cuando ve que su mentira va a derrumbarse sino cómo vivía hasta entonces. Resumiendo: de dónde sacaba el dinero. Todo eso cabe en 200 folios en los que lo realmente bueno es que al final ni siquiera las preguntas importan, importa el camino hasta ellas, la vida de un padre de familia ejemplar que no puede salir de la enorme ficción que él mismo ha construido.

Decía Northrop Frye que la gran literatura se distingue de la que no lo es porque aquella es dueña de una visión más vasta que la de sus mejores lectores. En las grandes obras, en efecto, el horizonte siempre es inalcanzable. En las pequeñas puedes llegar a la línea en la que acaba el océano para tocar el decorado, como en El show de Truman.Solo en las novelas menores no hay agua detrás de esa línea. Basta echar un vistazo a la historia de la literatura para comprobar que casi todo el mundo sabe ya el final de los libros importantes. Incluso de los que no ha leído. Nadie ignora cómo terminan laOdisea, el QuijoteMadame Bovary. En el fondo, el verdadero detector de libros-que-merecen-la-pena no es la lectura sino la relectura. Y releer es leer sabiendo el final. Uno sólo da por leídos los libros mediocres. Nadie deja de ir a ver Las meninasporque ya las ha visto.

Durante años se editó en el extrarradio de Madrid una revista cuyo colaborador más ilustre era Leopoldo María Panero, pero cuya sección más revolucionaria era la de cine. En ella no había críticas largas ni clasificaciones con estrellas, todo se reducía a una relación de películas en las que cada título iba acompañado de su correspondiente desenlace. El sexto sentido: así. Ocho mujeres: asá. Los otros: también así. Es imposible no añadir, cada tanto, una película o un libro a esa lista: El lector, El niño con el pijama de rayas, Crónica de una muerte anunciada, Familia… Solo los mejores pasan la prueba. No es nada popular, es cierto, pero en tiempos en los que la excelencia compite con la publicidad, contar el final de los libros tal vez sea la última forma de crítica literaria que nos queda. O la primera.

 

 

El  País
Revista de Agosto
29 de agosto, 2010

SNUFF – Chuck Palahniuk

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[páginas 198-199]

35

EL SEÑOR 600

Los desfibriladores cardiacos puestos por encima de 450 julios dejan quemaduras de contacto. Las palas pueden chamuscarle el pecho al paciente. Cualquier joya metálica puede doblarse al rojo vivo durante un instante. Pendientes o collares. En los pectorales caídos de Branch Bacardi, los dos verdugones rojos y redondos de las palas podrían ser pezones de dibujos animados. Nueva aureolas relucientes grabadas a fuego en su pecho. El relicario con forma de corazón de la señorita Wright se ha calentado tanto que se le ha incrustado en el pecho. Le ha marcado a fuego un corazón diminuto a la señorita Wright. Tanto los nuevos pezones de Bacardi como el corazón de la señorita Wright todavía humean. El relicario se ha abierto de golpe, el oro se ha puesto negro, la foto del bebé que había dentro se ha enroscado y se ha chamuscado en medio de una nubecilla de humo.

Esa foto de mí recién nacida, un destello, una llama y un adiós, hecha cenizas.

Mirando el cuerpo de Branch Bacardi, uno de los frotacapullos de enfermeros dice:

-Menos mal, porque ni de coñá íbamos a meter una tranca tan grande en ninguna bolsa de cadáver.

-Olvídate de eso -dice el otro limpia-bombillas de enfermero-. Ese monstruo no cabría dentro de un ataúd cerrado.

El desfribilador ha soldado a Bacardi y a la señorita Wright formando una “X” humana. Unidos por las caderas. Su carne esposada en el odio, fusionados a fuego más profundamente de lo que podría dejarlos ningún matrimonio. Unidos como siameses. Cauterizados.

Pero no… no han muerto. Branch y Cassie. Casi, pero no del todo. El hedor a coño y pelotas quemados viene de la descarga de kilovatios que casi ha matado a Cassie Wright… pero ha devuelto la vida a Branch Bacardi. El shock que ha soldado sus genitales. Que los ha sellado entre ellos.

Créetelo.

Los enfermeros se quedan mirando, negando con la cabeza mientras se preguntan cómo levantar dos cuerpos inconscientes, siameses unidos por la entrepierna, y cargar con ellos hasta el hospital. Unidos a fuego por unas cuantas capas de piel asada, o por un espasmo muscular, o por sus partes blandas cocidas en forma de un solo pan de carne.

El olor a sudor y ozono y hamburguesa frita.

Es entonces cuando lo digo: Branch Bacardi y Cassie Wright son mi padre y mi madre. Son mis padres. Yo soy su hija.

Créetelo. Dándome golpecitos en el pecho, les digo a los enfermeros:

-Me llamo Zelda Zonk.

Pero nadie aparta la vista de los dos cuerpos desnudos, los dos gimiendo, con las cabezas  colgando inertes del cuello. Sus ojos siguen cerrados. Se elevan espirales de humo de su carne fusionara. Sus nuevos pezones y corazón marcados a fuego.

Con los dedos rectos y muy juntos, levanto una mano, igual que se hace para la jura de la bandera en la escuela, para prometer cualquier cosa ante un tribunal, y les hago una pequeña sal a los enfermeros para que miren. Con la otra mano me doy un golpecito en el pecho. Me lo doy donde se supone que está el corazón.

Por un instante, todo parece muy importante. Casi real.

Y lo vuelvo a decir. Mi nombre secreto. Levanto la mano un poquito más, para que por fin alguien mire y me vea.

FIN

Nota: 5. Lo mejor las anécdotas de los actores. Los de Hollywood.

SNUFF

Chuck Palahniuk

Literatura Mondadori

[página 53]

Le podría contar a Bacardi que el vibrador eléctrico se comercializó por primera vez en la década de 1890. Que los primeros aparatos domésticos que se electrificaron fueron la máquina de coser, el ventilador y el vibrador. Los americanos disfrutaron de los vibradores eléctricos diez años antes que de las aspiradoras y las planchas. Veinte años antes de que llegaran al mercado las freidoras eléctricas.

Al diablo las tareas de la casa, la prioridad número uno siempre la hemos tenido entre las piernas.

[página 55]

Con sus pestañas falsas aumentadas con rímel, y sin parpadear, la señorita Wright me contó que Norma Talmadge había sido una estrella del cine mudo. La número uno en taquilla del año 1923. Recibía tres mil cartas de fans cada semana. En 1927 fue aquella tal Norma la que pisó por accidente una parcela de cemento fresco delante del Teatro Chino de Grauman’s e inauguró la tradición esa de que todas las estrellas de cine dejen allí las huellas de las manos y los pies.

Un año después de lo del cemento, Hollywood empezó a rodar películas con sonido. Pese a pasar un año trabajando con un instructor de voz, Norma Talmadge abría la bocaza y le seguía saliendo un berrido estridente de Brooklyn. La gran estrella masculina de Hollywood, John Gilbert, soltaba sus líneas con una vocecilla aguda de canario. Mary Pickford, que interpretaba a chicas y a mujeres jóvenes, soltaba unos graznidos graves de camionero. A Vilma Bánky se le perdía el diálogo en su acento húngaro. A Emil Jannings en su acento alemán. Las palabras de Karl Dane se ahogaban en su espeso acento danés.

(…)

John Gilbert no volvió a hacer ninguna película. Se alcoholizó hasta morir a los treinta y siete años. Karl Dane se pegó un tiro.

Todas esas estrellas, los actores más poderosos del cine, desaparecieron en un instante.

Créetelo.

[página 79]

Ella me dijo que una verdadera estrella de cine está dispuesta a sufrir. En la película Cantando bajo la lluvia de 1952, el actor Gene Kelly estuvo bailando la canción que daba título a la película, toma tras toma, durante días enteros, a treinta y nueve y medio de fiebre. Para hacer que la lluvia quedara bien al rodarla, el equipo de producción usó agua mezclada con leche, y allí estaba Gene Kelly, enfermo como una mala cosa pero chapoteando y empapado de leche agria, sonriendo con expresión feliz como si fuera el mejor día de su vida.

En 1973, en una película titulada Los tres mosqueteros, Oliver Reed estaba haciendo de espadachín en un molino de viento y alguien le clavó la espada en la garganta. A punto estuvo de desangrarse.

Dick York se destrozó la columna filmando una película titulada Llegaron a Cordura en 1959. Siguió actuando pese al dolor hasta 1969, interpretando al marido de la bruja en la serie Embrujada. Se pasó catorce episodios en el hospital y perdió el papel.

Comentario en el blog Solodelibros

El comentario de Je Ne Sais Pop

LA AGONÍA DE FRANCIA – Manuel Chaves Nogales

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El nudo de la tragedia

La caída de Francia no es, sin embargo, el drama lamentable de un pueblo cobarde que no ha querido batirse. No. Francia, durante los meses de la guerra, que han sido su agonía, lucha, no contra el enemigo exterior, sino consigo misma. El proceso de su caída es una verdadera con todos los elementos de la tragedia clásica. Es la lucha de lo consciente contra lo inconsciente, del hombre contra el mito, del héroe contra la divinidad. Nuestra época, por extraño que nos parezca, es gran creadora de mitos y este del Estado totalitario, del Estado-Moloch, ha sido la divinidad bárbara a la que Francia ha sido sacrificada por sus propios hijos.

El nudo de esta tragedia de Francia radica en la sugestión fatal que sobre el hombre francés contemporáneo han ejercido esos mitos bárbaros que tenía que combatir, no ya porque combatirlos fuera su deber moral de ser civilizado, sino porque para seguir existiendo físicamente tenía que vencerlos, ya que esa divinidad del totalitarismo sólo había sido creada en su daño y para su perdición. Esta lucha interior que se desarrolla entre su conciencia de pueblo culto, ni un solo momento adormecida, y la fascinación que sobre él han ejercido las fuerzas de destrucción puestas en juego para aniquilarle, es lo que provoca el patético desgarramiento interior en el que Francia sucumbe.

Francia había llegado a enamorarse de su verdugo. Esta aberración, que en el ser humano aislado no es más que un caso de perversión sexual, al dominar a un pueblo y sobre todo a un pueblo superior como el de Francia, ha dado origen a una de las tragedias más hondas de la historia.

Tragedia, naturalmente, sin solución, sin más desenlace posible que el aniquilamiento del protagonista. Porque, a pesar de la fascinación que ha padecido, el pueblo francés, en el fondo de su conciencia insobornable, sabe que en ese mito bárbaro del totalitarismo al que se ha sacrificado, no hay nada, absolutamente nada más que una rudimentaria y bestial expresión biológica. Francia sabe, y no ha podido olvidarlo, que hasta ahora no se ha descubierto ninguna forma de convivencia humana superior al diálogo, ni se ha encontrado un sistema de gobierno más perfecto que el de una asamblea deliberan, ni hay otro régimen de selección mejora que el de la libre concurrencia: es decir; la paz, la libertad, la democracia.

En el mundo no hay más.

FIN
Nota: 7. Manuel Chaves Nogales es un grande aunque éste es un libro menor.

[página 143]

Toda la tragedia de Francia radica en esto. No tenía fe en sí misma, ni en su régimen, ni en sus hombres. La tenía en Alemania, en el nazismo, en Hitler. Por eso se ha entregado sin lucha.

[páginas 172-173]

Esta fue la plataforma de la quinta columna. Esto fue lo que arrastró a los patriotas franceses a la traición. Y esto fue lo que triunfó en Burdeos el domingo 19 de junio de 1940 en medio de una muchedumbre indiferente que llenaba los jardincillos del Hôtel de Ville viendo entrar y salir a los ministros con frívola curiosidad mientras las columnas alemanas llegaban a las orillas del Loira sin encontrar resistencia. Y aquella misma noche el mariscal Pétain empezaba a encarcelar a los hombres de espíritu liberal, a perseguir a los judíos, a maldecir a los demócratas y a pronunciar discursos contra las plutodemocracias, ¡Pétain!

LA AGONÍA DE FRANCIA
Manuel Chaves Nogales

Introducción de Xavier Pericay
Libros del Asteroide

Ficha en Libros del Asteroide

Reseña en ojos de papel

EL TEMPLO – Stephen Spender

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[páginas 341-323]

-¿Cómo nos ganaríamos la vida?

Joachim estaba hablando muy en serio.

-Yo tomaría fotos mucho mejores que las que he tomado hasta ahora y tú escribirías libros de viaje ilustrados con mis fotografías.

-¿Y eso duraría siempre? ¿Qué ocurriría cuando nos hiciéramos viejos?

-Como todo el mundo, nos veríamos grotescos comparado con lo que habíamos sido de jóvenes. Pero seguiríamos hablando de fotos y de poesía. Seríamos una famosa pareja de colaboradores. Y la fama eclipsaría nuestra fealdad. Muchos jóvenes guapos seguirían queriendo acostarse con nosotros.

Paul se sirvió otra copa de vino del Rin, la bebió de un trago, la dejó sobre la mesa y, con una voz totalmente distinta, dijo:

-A propósito. ¿Qué se ha hecho de Irmi?

-Bueno, creo que se ha casado. Tiene dos hijos. El marido es médico. Viven en no sé qué barrio de las afueras. Son muy, muy aburridos. No la veo nunca.

-Una mañana, aquella vez que fui a Altamunde con Ernst, me levanté muy temprano e hice el amor con ella en la playa.

-Oh. -Joachim ya no escuchaba.

-Yo hice… No importa. Quería preguntarte por alguien más… Durante ese viaje absurdo fuimos a ver a una pareja… creo que se llamaban Castor y Lisa Alerich.

-Oh, nada más tener al niño él la abandonó. No pudo soportar la paternidad. De todos modos es un tipo siniestro y calculo que muy pronto estará planificándonos las vidas como Gauleiter del distrito.

-A Lisa sólo la vi un momento. Se había asomado al balcón, a ver la fogata que Castor nos había hecho armar en el jardín. Era preciosa.

-¿La fogata? -Joachim estaba cansado.

-Lisa. Allí, de pie en el balcón, mirando las chispas que la rodeaban. Estaba embarazada.

-Todos mis amigos cambiarán -dijo Joachim, y bebió más vino. Con la copa en el aire, bamboleándose, arengó a sus amigos como tres años atrás había hecho una madrugada en Sankt Pauli-. Pero yo seguiré siempre igual. Estaré siempre solo porque con la gente que me gusta, sujetos como Horst (y me temo que a ése voy a perseguirlo), no puedo hablar una palabra. Pero no quiero seguir siendo vendedor de café. Ni quiero vivir más en este estudio, ni dar fiestas para los amantes de Heinrich o de Horst. No quiero seguir viviendo en esta ciudad ni en este país. Francamente, ya sé lo que voy a hacer. Voy a ir a Postdam a visitar a mi tío.

-¿El general Lenz, el dragón llameante?

-Es la única persona de la cual estoy seguro que odia lo que está ocurriendo. Detesta a los nazis. Llevaré mis fotografías. Haré lo posible por caerle en gracia y le pediré que use sus influencias para conseguirme un trabajo de fotógrafo en el ejército. No quiero ser fotógrafo artístico en una ciudad ni hacer fotos artísticas para revistas de arte. Me dedicaré a fotografiar soldados durante las maniobras militares, soldados en tanques, soldados con ametralladoras, y a veces nadando desnudos en los ríos y los lagos. Creo que a mi tío le gustarán las fotos. Tengo la sensación de que viajaré mucho. Estoy convencido de que en los próximos años el ejército alemán viajará muchísimo a un montón de países. Pero claro, es que estoy TERRIBLEMENTE borracho, más borracho de lo que he estado nunca en mi vida. Y tú también, Paul. Tu también estás TERRIBLEMENTE borracho.

FIN

Nota: 6. Deslavazada.

EL TEMPLO
Stephen Spender

Prólogo de Luis Antonio de Villena
Introducción de Stephen Spender
Traducción de Marcelo Cohen

Cabaret Voltaire

2010

WH Auden, Cecil Day Lewis and Stephen Spender at the PEN conference in Venice, 1949. Photograph: Hulton Getty

[página 125]

-Cualquiera que no esté completamente muerto se entusiasma por un puñado de cosas y rechaza otras.

Ficha del libro en la editorial

HISTORIAS DE ROMA – Enric González

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Buffone fue esa tarde el centro de la atención local. Pasó por su peana hasta el alcalde, Walter Veltroni. El guardia, intensamente bronceado, con el uniforme impecable y una discreta insignia de la Roma en la solapa, sonriente y a la vez emocionado, exhibía un aire de donjuán elegante, a lo Vittorio de Sica. Entre silbido y silbido, protegido por al complicidad de los conductores que le saludaban y, por una vez, parecían no llevar prisa, nos explicó que llevaba treinta y dos años viviendo entre el caos de la plaza. “El caos no me importa”, dijo. Bien, no dijo “no me importa”, sino “me ne frego”, una expresión que eleva la indiferencia a una categoría casi mística.

Habló de los políticos, futbolistas, actores y otros personajes famoso a los que había ordenado parar o incluso multado; habló de que su hijo quería seguir sus pasos en la Guardia Urbana y de que en Roma nunca cambia nada; habló del colapso espantoso que se formó el día de 1978 en el que el cadáver de Aldo Moro apareció a pocos pasos de allí; habló del día en que se detuvo ante la peana el coche del papa y él y Juan Pablo II se cruzaron “una mirada de complicidad”. Habló de muchas cosas. Su historia era interesante.

Pero, ay, a él no debió parecerle lo bastante interesante. Buffone no logró resistirse y empezó a contar cómo le enseñó a Alberto Sordi los movimientos necesarios para dirigir correctamente el tráfico: “Albé, le día yo, ponte así, no, no, no hagas eso, más firme, mirada al frente, y Albé acabó haciéndolo muy bien”.

En 1960, cuando Sordi rodó Il vigile, Mario Buffone tenía doce años. Esas lecciones no podían haber existido.

De vuelta a casa, un vistazo a la hemeroteca digital reveló un relato algo más verosímil. El 25 de febrero de 2003, el día en que murió el gran Albertone Sordi, con Roma en duelo y centenares de miles de personas encaminándose a la capilla ardiente, un periodista de Il Messagero se acercó a la peana de Piazza Venezia para recabar la opinión de Buffone, il vigile. Buffone, con lágrimas en los ojos, comentó que había conocido a Sordi sólo tres años antes. El actor se había detenido para saludarle y, desde entonces, no había dejado de dedicarle una frase cada vez que circulaba en coche por la plaza, camino de Piazza del Popolo para su café ritual. “Mario, me fai pasa?”, gritaba Sordi con la ventanilla abierta. Y Mario le hacía pasar.

Qué más da. A Mario, su historia le parecía más bonita con las lecciones a Sordi. El Corriere della Sera era de la misma opinión. Su información sobre la jubilación de Mario Buffone llevó este título: “saluto in piazza al vigile di Alberto Sordi”. Al fin y al cabo, ¿Qué es la verdad? No los hechos, sino la verdad. ¿Qué es? Un concepto relativo, como la libertad o la felicidad. Una cosa, la verdad, sin la cual Roma lleva muchos siglos viviendo bastante bien. Por decirlo a la manera romana, in belleza.

Jerusalén, a 5 de marzo de 2010

FIN

Nota: 6. Roma no es Londres ni sus historias las mismas.

 

[página 120]

No crean que la vida de un corresponsal es como la pinto yo en estas historias. Eso es solamente una parte. La otra está hecha de inseguridades, de aprendizajes más o menos arduos, de cambios intempestivos, de urgencias, de renuncias, de distancias. Un corresponsal es un tipo que se despierta por las mañanas con una náusea en el estómago y la convicción de que su despido es inminente. Un corresponsal es un tipo que chapotea perennemente, con el agua al cuello, en un mar desconocido.

[páginas 122-123]

Esa tarde, me contó Íñigo, se jubilaba Mario Buffone, un popular guardia urbano que llevaba muchos años en la peana de Piazza Venezia. Y allí nos fuimos, para que Buffone nos contara su historia. El hombre había de tener carácter: no podía ser fácil imponer la autoridad municipal en un punto tan conflictivo y con un apellido que significa “payaso”.

HISTORIAS DE ROMA
Enric González

RBA

Reseña en RES PVBLICA RESTITVTA

Reseña en ElMundo.es

CÓMO SER EL SEÑOR LEHMANN Sven Regener

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[páginas 276-277]

-¿Por qué está tan callado tu amigo?

-Es del partido. Para él este es uno de los días más tristes de su vida.

-Vaya por Dios.

-Aunque lo veas así es un buen tipo.

El señor Lehmann esperaba encontrar a las masas enfervorecidas en la Moritzplatz, pero ya era un poco tarde para eso. Lo único que había era una caravana inmensa de coches procedentes del Este que luego se iban distribuyendo en todas las direcciones. El ruido era ensordecedor, y apestaba a tubo de escape.

-Menuda mierda -dijo Sylvia.

-¿Adónde irán?

-Probablemente al Kuhdamm.

-¿Por qué al Kuhdamm?

-¿Adónde si no?

Se quedaron parados un rato sin saber qué hacer. El aburrimiento no tardó en llegar.

-Yo ya he tenido suficiente -dijo Sylvio-. Me agro a Schöneberg.

-¿Qué se te ha perdido en Schöneberg?

-La escena gay y todo ese rollo, ya sabes. Allí la cosa está que arde, te lo juro. Además, puede que me encuentre con un par de amigos de los viejos tiempos. -Sylvio le dedicó una sonrisa al señor Lehmann, y luego un codazo-. ¿Y tú qué?

-Iré donde me pongan una cerveza -dijo el señor Lehmann.

-Hazlo. Y no te vengas abajo por cumplir treinta. Sé de lo que hablo, créeme. Yo ya calzo treinta y seis.

-No jodas.

-A Erwin le dije que tenía veintiocho. Si llego a decirle mi verdadera edad no me habría contratado. Por suerte Erwin no es de los que te pide los papeles. Bueno, pásalo bien, señor Lehmann. Tengo que atender a la llamada de mi naturaleza maricona.

-¿Cómo vas a ir a Schöneberg?

-Fingiré que vengo del Este. Seguro que alguien me lleva.

Sylvio se fue por la Oranienstrasse, paró un coche, habló un momento con el conductor, se montó y salió echando leches.

El señor Lehmann, rodeado de todo ese tráfico, se sintió vacío.

No quería irse a casa. Allí sólo le esperaban un par de libros y una cama vacía. Quizá no sea tan mala idea comprarme una tele, pensó. O irme de vacaciones. Podría irme a Bali con Heidi, o a Polonia. O empezar una nueva vida en cualquier otra parte. Comenzaré por beberme una cerveza donde sea.

Mejor será que me mueva -pensó-. El resto ya vendrá solo.

FIN

Nota: 1. ¿Para qué lo habrá escrito? ¿por qué lo habrán publicado?

CÓMO SER EL SEÑOR LEHMANN
Sven Regener

Traducción de Valentín Ugarte
451 editores, 2010

Reseña en El placer de la lectura

Comentario en el Blog de Metrópolis Libros

Reseña en El Imparcial

RETRATOS Y ENCUENTROS – Gay Talese

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[páginas 300-302]

Tomando una honda bocanada del cigarro, que ahora parecía haberse recalentado, profundicé en el ostracismo social al que están abocados los fumadores de cigarros.

¿Estaría de veras motivado por el sexismo femenino? ¿Será que algunas airadas integrantes del movimiento femenino imputan a los cigarros ser vestigio de esa época ida del machismo excluyente y de clan? ¿Se estarán desquitando de sus padres mascadores de habanos, duros y sexistas, que se negaban a pasarle el lucrativo negocio de la familia a una hija valiosa por preferir a un hijo incompetente? ¿Qué diría de todo esto Sigmund Freud, empedernido fumador de cigarros? ¿Identificaría el cigarro como un símbolo fálico que las mujeres envidian y desprecian?

No, no, concluí: en mi caso no podía culpar enteramente a las mujeres de la fría recepción dada a mis cigarros. Igual número de hombres se ha fastidiado con ellos: por ejemplo, todos esos porteros de cuyas hostiles miradas me he percatado cuando me he detenido a reencender mi cigarro bajo la marquesina de su edificio u hotel; y los taxistas que al verme en una noche lluviosa haciéndoles señales con el cigarro extendido han acelerado la marcha, no sin antes mostrarme el dedo. Debo decir también que los restaurantes de Nueva York, que en su inmensa mayoría son dirigidos por hombres, han adelantado una vigilante campaña contra los fumadores de cigarros que contrasta con su relativa permisividad con los fumadores de cigarrillos, a quienes se les permite encender en ciertas áreas demarcadas. Podría agregar que el estricto boicot de los restauradores contra los cigarros se extiende también a quienes fuman pipa. Pero a mí qué me importan los fumadores de pipa.

No obstante, hay un famoso restaurante neoyorquino (además del “21”) que sí brinda acogida a los fumadores de cigarros, ¡y su dueña y gerente es una mujer! Se trata de Elaine Kaufman, propietaria y celebridad social de Elaine’s, en la Segunda Avenida, un bastión democrático frecuentado por escritores y demás partidarios de la libertad. Con tal de que sus clientes no critiquen la comida, Elaine les permite hacer prácticamente lo que quieran en su restaurante; y si alguien va a quejarse a ella por el humo de los tabacos, en seguida les señala la puerta que conduce a una sala lateral que los asiduos llaman Siberia.

Así y todo, la libertad de que disponen los fumadores de cigarros en Elaine’s y otros cuantos restaurantes no desmiente el hecho de que el cigarro es cada vez menos un placer portátil; y, en mi opinión, éste es apenas uno de los síntomas de los crecientes neopuritanismo y negativismo que tienen sofocada a la nación con sus códigos de corrección, han conducido a una mayor desconfianza entre los sexos y finalmente han reducido, en nombre de la salud, la virtud y la equidad, las opciones y los placeres que, en cantidades moderadas, antaño eran generalmente tenidos por naturales y normales.

“Cuando América no está librando una guerra, el deseo puritano de castigar al prójimo tiene que desfogarse en casa”, explicaba hace años la escritora Joyce Carol Oates, refiriéndose a la censura literaria. Pero esto se aplica a las restricciones de todo tipo, incluidos los actuales edictos contra mi humilde cigarro…, de cuyo humo brota todas las noches mi paranoia, que no se esfuma ni cuando le doy la última fumada y arrojo a la calla la colilla, indicándoles a los perros que el paseo al aire libre de por las noches ha tocado a su fin.

FIN

NOTA: 12. Extraordinario. Ojalá tuviéramos aquí algo parecido.

 

RETRATOS Y ENCUENTROS
The Gay Talese Reader

Gay Talese

Traducción de Carlos José Restrepo
Alfaguara

[página 43]

Antes del resfriado Sinatra se había mostrado muy entusiasmado con el show. Veía en él la oportunidad no sólo de gradar a los nostálgicos sino también de comunicar su talento a los aficionados al rock and rol: en cierto sentido, combatía los Beatles. Los comunicados de prensa que preparaba la agencia de Mahoney subrayaban esto anunciando: “Si está cansado de esos chicos cantantes con greñas que servirían para esconder una caja de melones… sería refrescante probar la capacidad de diversión del especial titulado Sinatra: un hombre y su música”.

[página 127]

“-Cada vez que me dan un consejo -murmuró para sí DiMaggio, meneando lentamente la cabeza mientras caminaba hacia el estanque-, le pego un talonazo.”

[página 261]

Aprendí a escuchar con paciencia y cuidado y a no interrumpir nunca, ni siquiera cuando las personas parecían encontrarse en grandes apuros para darse a entender, ya que en esos momentos de titubeos y vaguedad (enseñanza que obtuve de las habilidades para prestar oído de mi paciente madre) la gente suele ser muy reveladora: lo que vacilan en contar puede ser muy disiente. Sus pausas, sus evasivas, sus cambios de tema repentinos son probables indicadores de lo que los avergüenza, o los molesta, o de lo que consideran demasiado íntimo o imprudente como para dejárselo saber a otra persona en ese determinado momento.

[página 266]

Una consecuencia es que la vida “normal”, cotidiana, de Norteamérica se describe principalmente en la “ficción”: en las obras de novelistas, dramaturgos y cuentistas tales como John Cheever, Raymond Carver, Russell Banks, Tenesse Williams, Joyce Carol Oates y otros, quienes tienen talento creativo para elevar la vida ordinaria a la categoría de arte y volver memorables las experiencias y preocupaciones corrientes de hombres y mujeres merecedores del llamamiento de Arthur Miller por el bien de su sufrido viajante: “Hay que prestar atención”.

Leer las primeras páginas

Reseña en El Boomerang

DUBLINESCA – Enrique Vila-Matas

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[página 131] (hasta aquí pude aguantar)

Qué viejo se ve, qué viejo está desde que se retiró. Y qué aburrimiento no beber. El mundo, en sí mismo, es muchas veces tedioso y carece de verdadera emoción. Sin alcohol, uno está perdido. Aunque hará bien en no olvidar que una persona sabia es aquella que monotoniza la existencia pues, entonces, cada pequeño incidente, si sabe leerlo literariamente, tiene para ella carácter de maravilla. En realidad, no olvidarse nunca de esta posibilidad de monopolizar a conciencia su vida es la única o mejor solución que le queda. Beber podría dañarle seriamente. Por otra parte, no encontró nunca nada en el alcohol, en el fondo de los vasos, y hoy en día no se explica muy bien qué buscaba ahí. Porque tampoco es que lograra escapar del aburrimiento, que volvía siempre implacable. Aunque en las entrevistas había simulado a veces una vida apasionante de editor. Ahí inventaba como un loco, aunque ahora se pregunta para qué. ¿De qué le sirvió aparentar que tenía un oficio extraordinario y que disfrutaba tanto con él? Claro que siempre será mejor ser editor que no hacer nada, como ahora. ¿Nada? Prepara un viaje a Dublín, un homenaje y un funeral a una época que desaparece. ¿Acaso eso es no hacer nada? Qué aburrido es todo, menos pensar, pensar que está haciendo algo. O pensar lo que piensa ahora: que hará bien en monopolizar su existencia y tratar de buscar, donde pueda, esas maravillas ocultas de su vida cotidiana que, en el fondo, si quiere, sabe perfectamente encontrar. Porque ¿acaso no sabe ver mucho más de lo que hay en todo lo que vive? Al menos le sirven de algo tantos años de entender la lectura no sólo como una práctica inseparable de su oficio de editor, sino también como una forma de estar en el mundo: un instrumento para interpretar de forma literaria, secuencia tras secuencia, el diario de su vida.

FIN

Nota: 1. (v.g.: En la radio sólo suena Tom Waits, The Beatles, Bob Dylan… nada de los grupos curtes que nos ponen a los demás) ¡Qué aburrimiento y qué chasco!

Ford Madox Ford, James Joyce, Ezra Pound y John Quinn


DUBLINESCA
Enrique Vila-Matas

327 páginas
Seix Barral Biblioteca Breve

Entrevista de Juan Cruz a Vila-Matas

Todo sobre Dublinesca

Reseña en ElCultural.es

EL LIBRO DE ANDREI TARKOVSKI – Michael Chion

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[páginas 88-89]

Aunque es necesario tener en cuenta lo que es propio de la tradición ortodoxa, la superposición, sin fusión, del cristianismo y el pensamiento mágico es asombrosa en Tarkovski. En Sacrificio se superponen, en una perfecta ambigüedad, la concepción cristiana y un fondo de hechicería pagana. Por un lado, Alexander dirige a Dios padre, para conjurar la guerra, una plegaria en forma de contrato: se trata del dios cristiano, invocado con las palabras del Padrenuestro. Por otro (¡dos precauciones mejor que una!), aconsejado por Otto, se acuesta con una “bruja”, como si se tratar de una divinidad a la que hubiera que apaciguar. A la mañana siguiente, no sabremos qué ha surtido efecto para disipar el mal. Sin embargo, cuando Tarkovski habla de su película, se atiene al discurso cristiano, espiritualista; calla al respecto de la magia, de las fuerzas oscuras, de la fascinación.

Acaso porque presenta la fe como una aventura, un riesgo. En Tarkovsky la fe no conduce a la pertenencia a una comunidad  y a la participación en sus ritos (misa, comunión, etc.), no es una seguridad, es un compromiso solitario, un reto “enloquecido”.

Entendamos la palabra “loco”: contrariamente al personaje de Domenico, que en Nostalghia podía considerarse como la víctima, como el objeto de su demencia, se supone que Alexander no lo es, sino que experimenta y demuestra su libertad con un acto que socialmente se considera “desequilibrado” (prender fuego a su casa y guardar silencio).

Asimismo, podemos considerar el final de Sacrificio como una terrible constatación: la paternidad como algo imposible de ejercer, simbólicamente, por supuesto. Puesto que la palabra del padre ya no cuenta en este mundo, sólo puede contar su silencio, lo que permite al niño pronunciar en sueco la palabra “principio”. Y el cine es un arte que podría erigirse en testigo de ese nuevo pacto entre el acto, la palabra y el silencio.

En ruso, las normas de cortesía marcan que cuando alguien se dirige a una persona de la que no es familiar, la llame por su nombre seguido del nombre de su padre: así, Tarkovski era Andrei Arsenevitch. Él mismo elige el nombre de su padre para su primer hijo (Arseni Andreivitch) y el suyo para el segundo. La letra A, primera del alfabeto cirílico y del hebreo, griego y romano, es la inicial de muchos de sus héroes: Andrei en Andrei Rublev, Alexei en El espejo, Andrei en Nostalghia y Alexander en Sacrificio -además, antes de encerrarse en el mutismo, este último deja a su familia unas palabras firmadas “Papá A.”-.

¿Los hijos son repeticiones de sus padres? Es una de las obsesiones de Tarkovski. Si no le da -no aún- un nombre al chico quizá es para ofrecerle la oportunidad de escapar al círculo de la repetición. En cualquier caso, la letra A marca un inicio. Desde luego, es horrible pensar que Alexander (*) sólo puede convertirse en padre anulándose en su acto y abandonando, esa es la palabra, a su hijo, pero en todo caso lo hace para ser padre y restaurar un nuevo principio. Todo es un posible principio. Repetición, sí, pero posibilidad de un anché, de un nuevo inicio.

(*) Alexander es el nombre que, curiosamente, Bergman dio al niño de su gran obra en los años ochenta, Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1982).

FIN

Nota: 5. Justito para un acercamiento.

EL LIBRO DE ANDREI TARKOVSKI

Michael Chion

Traducción: Antonio Francisco Rodríguez

Cahiers du Cinema-El País

SANGRE EN LA LUNA – James Ellroy

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[páginas 238-240]

El lunes por la mañana, tomó un avión de vuelta a Los Ángeles y un taxi hasta Parker Center. Subió a pie hasta el seto piso sintiendo cómo los músculos de alrededor de la herida de la ingle se estiraban y encogían. Pasarían semanas hasta que pudiera volver a hacer el amor, pero cuando el viejo doctor traficante le diera el alta, cogería a Kathleen y pasaría con ella todos los fines de semana.

Los pasillos de la sexta planta estaban vacíos. Lloyd miró su reloj de pulsera y vio que eran las 10.30 de la mañana, la hora del descanso matutino. Sin duda, el Holandés debía haber cubierto su prolongada ausencia con alguna excusa, así que por qué no reunirse con los demás.

Lloyd abrió la puerta del bar. Su cara se iluminó al contemplar aquella gran sala llena de hombres en mangas de camisa que tomaban café y donuts, que reían y hacían chistes e inocentes gestos obscenos. Se quedó junto al umbral de la puerta regocijándose en la imagen hasta que el estruendo se convirtió en un susurro. Todos los presentes en la sala le estaban mirando y cuando se pusieron en pie y empezaron a aplaudir, miró en sus rostros y no vio sino amor y respeto. La sala se emborronó por sus lágrimas, mientras los gritos de “bravo” y los aplausos le hacían retirarse hacia el pasillo, derramar más lágrimas y preguntarse qué diablos significaba aquello.

Lloyd corrió hacia su despacho. Buscaba las llaves en el interior de su bolsillo cuando el oficial Artie Cranfield llegó junto a él y le dijo:

-Bienvenido, Lloyd.

Lloyd señaló hacia abajo, hacia la entrada, y se enjuagó las lágrimas.

-¿Qué coño es todo esto, Artie? ¿Qué coño significa?

Artie lo miró sorprendido y luego precavido.

-No te hagas el loco, Lloyd. Corre el rumor por el departamento que tú aclaraste el caso del Carnicero de Hollywood. No sé cómo empezó, pero todos los de Robos y Homicidios están convencidos de ello y también la mitad de la policía de Los Ángeles. Se dice que el Holandés Peltz se lo dijo en persona al jefe y que el jefe ordenó a los de Asuntos Internos que te dejaran en paz porque mantener en el departamento era el mejor modo de que tuvieras cerrado el pico. ¿Quieres hacer el favor de contármelo todo?

Las lágrimas de desconcierto de Lloyd se convirtieron en lágrimas de risa. Abrió la puerta del despacho y se secó las lágrimas con la manga.

-El caso lo solucionó una mujer, Artie. Una poetisa de izquierdas que detesta a la policía. Ríete de la ironía y disfruta de tu grabadora.

Lloyd cerró la puerta ante las narices de Artie. Cuando le oyó alejarse por el pasillo, refunfuñando, encendió las luces y contempló su cubículo. Todo estaba igual que la última vez que lo había visto, excepto por una rosa solitaria que había en una taza de café, sobre su mesa. Junto a la taza había una hoja de papel. Lloyd la tomó y leyó:

Querido Lloyd:

Las despedidas largas son terribles, así que seré breve. Tengo que marcharme. Tengo que marcharme porque tú me has devuelto la vida y tengo que ver qué puedo hacer con ella. Te amo y necesito tu cobijo, y tú necesitas el mío, pero el lazo que nos une es de sangre y si seguimos juntos nos poseerá y nunca tendremos la posibilidad de estar cuerdos. He dejado mi librería y mi apartamento (de cualquier modo, pertenecen a mis acreedores y al banco). Tengo el coche, unos pocos cientos de dólares en efectivo y me marcho, sin exceso de equipaje, hacia lugares desconocidos. (Los hombres lo han hecho durante siglos.) Tengo muchas cosas en mente, mucho que escribir. ¿Te parece un buen título Penitencia por Joanie Pratt? Ella me pertenece y voy a darle lo mejor que tengo, y tal vez así sea perdonada. Me duelo por tu pasado, Lloyd, pero aún me duelo más por tu futuro. Has escogido segar lo repugnante y reemplazarlo con tu amor aplastante, y éste es un doloroso camino a seguir. Adiós. Gracias. Gracias. Gracias.

P. D.: La rosa es para Teddy. Si le recordamos, entonces nunca será capaz de hacernos daño.

Lloyd dejó el papel sobre la mesa y cogió la flor. La apoyó contra su mejilla y yuxtapuso la imagen con los arreos espartanos de su oficio. Un terror con perfume de rosa emergió junto a los armarios de sus archivos, junto a las órdenes de busca y captura, el mapa de la ciudad y todas las demás cosas de su despacho para producir una luz blanca y pura. Cuando las palabras de Kathleen transformaron la luz en música, grabó aquel instante en la más dura fibra de su corazón y se la llevó consigo.

FIN

Nota de 3ª o 4ª relectura: 10.

JAMES ELLROY

SANGRE EN LA LUNA

Traducción: Magdalena Durán Coll

Júcar-Etiqueta Negra

Marzo de 1989

James Ellroy where Elizabeth Short’s body was found in 1947. Stephanie Diani for The New York Times

Comentario en el blog No hay segundas oportunidades

Sobre Lloyd Hopkins en el blog Mis detectives favoritos

LO QUE ARRAIGA EN EL HUESO – Robertson Davies

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[páginas 485-487]

Descubrirían quién había sido el Maestro Alquimista, no podía ser de otra manera; daría mucho que hablar, diseccionar y discutir a los sabihondos, quienes incluso escribirían artículos y hasta libros. Se escribirían vidas del Maestro Alquimista, pero ¿alguna vez se acercarían a la verdad o a los hechos, siquiera? En la obra en la que, según Saraceni, había resuelto su alma, tanto la del pasado como la que estaba por venir, la figura del amor estaba representada, sin duda, por la pareja central, pero el amor plasmado allí era el ideal de plenitud, no el de los amores reales de su vida. ¿Interpretarían la alegoría como lo había hecho él con la magnífica de Bronzino? En esa pintura, tan entrañable para él, el Tiempo y la Verdad, su hija, revelaban el espectáculo de lo que era el amor, de la misma forma que algún día desvelarían también Las bodas de Caná. Cuando llegara ese momento, se alzarían en primer lugar duras voces que hablarían de engaño y falsificación. Sin embargo, ¿no había dicho Bronzino muchas cosas pertinentes acerca de esas ideas en la maravillosa figura del Fraude, la niña del dulce rostro que ofrecía el panel de miel y el escorpión, cuya parte inferior eran las garras de un dragón ctónico y una fulminante cola de serpiente? Era el Fraude, pero no como mera engañifa, sino como figura del profundo mundo de las Madres, de donde provenía toda la belleza, así como los mayores temores de las almas tímidas que sólo buscaban la luz, convencidas de que el amor no podía ser sino pura luz. ¡Cuán afortunado había sido por conocer a Fraude y haber probado su beso envenenado y engrandecedor! ¿Acaso había encontrado finalmente la alegoría de su vida? ¡Ah! ¡Bendito fuera el ángel de Las bodas de Caná, quien tan misteriosamente declaraba!: “Tú has guardado el mejor vino para el final”.

Francis se rió, pero la risa le exigió tal esfuerzo, que le provocó otra sacudida y se hundió un poco más en el abismo que lo iba envolviendo.

¿Dónde estaba? En un lugar desconocido y familiar a un tiempo, más cercano a la verdadera morada de su espíritu de lo que había llegado jamás; un lugar en el que nunca había estado, pero que lo había premiado con las intuiciones más valiosas de la vida.

Tenía que ser -era- el reino de las Madres. ¡Qué fortuna catar finalmente ese vino arrebatador!

Y después, nada, pues a cualquier observador le habría parecido que Francis llevaba un rato parado en el umbral de la muerte y entonces había dado el último paso.

-De modo que lo acompañaste hasta el último momento, hermano -dijo Zadkiel el Menor.

-El final no ha llegado. Aunque a veces me desafió, yo sigo obedeciendo órdenes -dijo el daimon Maimas.

-Tenías orden de convertirlo en un gran hombre o, al menos, en un hombre excepcional.

-Sí y póstumamente será considerado grande y excepcional a un tiempo. ¡Ah, sí! Mi Francis fue un gran hombre. No murió estúpido.

-Menudo trabajito te tocó.

-Siempre es igual. ¡La gente es tan atolondrada y entrometida…! El padre Devlin y Mary-Ben, asperjando agua bendita, aferrados a su compasión con orejeras. Victoria Cameron, disfrazando de religión su inflexible estoicismo. El médico esgrimiendo su ciencia superficial: un puñado de ignorantes convencidos de la incuestionabilidad de sus ideas.

-Y, sin embargo, supongo que dirás que todos ellos arraigaron en el hueso.

-¡Ellos! ¿Cómo se te ocurre decir eso, hermano? Tú y yo sabemos que todo es metafórico, por supuesto. De hecho, lo somos incluso nosotros. Sin embargo, las metáforas que moldearon la vida de Francis Cornish fueron Saturno, el tenaz, y Mercurio, el hacedor, el humorista, el estafador. A mí me tocaba procurar que estos dos, los grandes, arraigaron en el hueso y aflorasen en la carne, pero todavía no he terminado.

-He estado pensando.

Arthur había vuelto de sus dos días de ausencia y, después de comerse un pomelo, cereales con nata y huevos con pancita, había pasado a la coda de su desayuno habitual y, aplicadamente, untaba mermelada en una tostada.

-No es nada raro, piensas muy a menudo. ¿Qué ha sido esta vez? -dijo Maria.

-La biografía del tío Frank. Me equivoqué. Es mejor que digamos a Simon que siga adelante.

-¿Ya no te preocupa el escándalo?

-No. Supongamos que unos cuantos dibujos de la Galería Nacional que parecen de maestros clásicos, resultan ser del tío Frank. Ese algo no lo convierte en falsificador. Él estudió Bellas Artes en una época en que muchos estudiantes copiaban los dibujos de los maestros clásicos e incluso dibujaban con ese estilo para entender cómo los hacían. Eso no es falsificar, ni mucho menos. El personal de la Galería los descubrirá inmediatamente, aunque Darcourt quizá no, claro está. No pasará nada, fíjate en lo que te digo. Simon es literato, no crítico de arte, conque pidámosle que prosiga y pongamos en marcha el verdadero trabajo de la fundación. Pronto empezarán a llegar solicitudes de genios en apuros.

-Hay ya unas cuantas encima de mi escritorio.

-Llama a Simon, querida, y dile que lo siento, que cometí una arbitrariedad, y pídele que venga esta noche. Podemos echar una ojeada a esas cartas de tu escritorio y ponernos de una vez con el verdadero trabajo: ejercer de mecenas.

-¿Los Medici modernos?

-Con toda modestia, por favor, pero será divertido.

-Da el pistoletazo de salida, Arthur, y que empiece la diversión.

FIN.

Nota: 6. Está entretenido…

LO QUE ARRAIGA EN EL HUESO

Robertson Davies

Traducción de Concha Cardeñoso

Primera edición, 2009

Libros del Asteroide

[página 426]

“A cambio, voy a contarte una cosa que sólo unos pocos saben. Dicen que el niño que conoce a su propio padre es sabio, pero lo es mucho más el que conoce a su madre. Las madres tienen recovecos a los que ningún hijo llega jamás y las hijas, raras veces. (…) Lo que arraiga en el hueso aflora en la carne: jamás ha habido verdad mayor.

[página 455]

No habría sido fácil en cualquier caso, pero le resultó completamente imposible después de leer la declaración de Picasso a Giovanni Papini, aparecida en el Libro Nero en 1952. El maestro decía:

La masa ya no busca consolación y exaltación en el arte, pero los refinados, ricos y desocupados, destiladores de quintaesencia, persiguen la novedad, la rareza,la originalidad, la extravagancia, lo escandaloso. Yo mismo, desde el cubismo e incluso antes, he satisfecho a esos expertos y críticos dándoles todas las rarezas cambiantes que me pasaban por la cabeza y cuanto menos me entendían más me admiraban. Enseguida me hice famoso divirtiéndose con todos esos juegos, disparates, rompecabezas, jeroglíficos y arabescos. Y para un pintor, la fama significa ventas, ganancias, fortuna, riqueza. Y hoy, como sabe usted, soy famosísimo y rico, pero cuando me quedo solo conmigo mismo, no tengo el valor de considerarme un artista, en el sentido magnífico y antiguo de la palabra. Giotto, Tiziano y Rembrandt sí fueron grandes pintores. Yo sólo soy alguien que entretiene al público porque ha comprendido los tiempos en que vive y explota al máximo la imbecilidad, la vanidad y la codicia de sus contemporáneos. Es una confesión amarga, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero tiene el mérito de ser sincera.

Primer capítulo de Lo que arraiga en el hueso [.pdf]

Comentario en el blog Las vacaciones de Holden

«Davies el encantador» en Babelia

Reseña en Solo de libros

EL ASESINO DENTRO DE MÍ – Jim Thompson

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[páginas 201-203]

VEINTISEIS

Por gusto eché una ojeada por la puerta de atrás, y de vuelta hacia el comedor me paré a mitad de camino y miré por la ventana. Naturalmente, todo era como me había imaginado. Tenían la casa rodeada por todos los ángulos. Hombres armados con carabinas Winchester. Adjuntos del shérif, la mayoría y unos cuantos “vigilantes” de la plantilla de Conway.

Me habría divertido contemplar el despliegue tranquilamente, salir de la casa a saludarles. pero también les habría divertido a ellos,y me pareció que ya tenían diversión suficiente sin eso. Pues alguno de esos “vigilantes” podía tenerle más afición al gatillo de la cuenta, ávidos de demostrarle al jefe su eficiencia. Y yo aún tenía algo que hacer.

Tenía que preparar todo lo que quería llevarme conmigo.

Di una última ronda a la casa para asegurarme de que todo seguía en orden. Bajé dejando cerradas todas las puertas tras de mí, todas las puertas tras de mí,  y me senté de nuevo en la cocina.

La cafetera estaba vacía. Sólo quedaba un papel de fumar y tabaco para liar un cigarrillo, y sí, ¡Sí!, me quedaba una última cerilla. Todo perfectamente a punto.

Aspiré el cigarrillo, contemplando cómo avanzaban las cenizas rojo y gris hacia mis dedos, sin ninguna necesidad, porque ya sabía que no iban a pasar de allí.

Oí que llegaba un coche. Un par de portezuelas que se cerraban. Oí que atravesaban el patio y subían las escaleras y cruzaban el porche. Oí que se abría la puerta de la calle; y entraron. Las cenizas se habían consumido, el cigarrillo estaba acabado.

Lo dejé en el plato y levanté la vista.

Primero miré por la vengan de la cocina, hacia los dos tipos que vigilaban fuera. Luego alcé la cabeza para recibir a los recién llegados:

Conway y Hendricks, Hank Butterby y Jeff Plummer. Y dos o tres individuos que no conocía.

Se apartaron sin dejar de observarme, para dejar que ella pudiera adelantarse. La miré.

Joyce Lakeland.

Llevaba el cuello embutido en un estuche de yeso, que llegaba hasta la barbilla, y caminaba con paso rígido y espasmódico. Su rostro era una máscara blanca de gasa y esparadrapo, que apenas dejaba ver más que los ojos y los labios. Intentó decir algo, sus labios se movían, pero no tenía voz. Apenas pudo exhalar un susurro…

-Lou… Yo no…

– Claro que no. Nunca lo he pensado, querida.

Siguió avanzando hacia mí. Me levanté, con el brazo alzado, como para alisarme el pelo.

Sentí que el rostro se me contraía, que los labios se me arrugaban en una mueca que dejaba los dientes al descubierto. Sabía cuál era mi aspecto, pero a ella no parecía importarle. No tenía miedo. ¿De qué iba a tener miedo?

-…así, Lou. Así, no…

-Claro, no puedes. No sé cómo habrías podido…

-…de ningún modo, a no ser…

-Dos corazones que laten como uno solo. D-dos… ja, ja, ja… dos… ja, ja, ja, ja… dos J-jesucris… ja, ja, ja, ja, ja… dos Jesu

Y me abalancé sobre ella, me lancé tal como ellos esperaban que haría. O casi. Fue como si hubiese dado una señal. El humo de repente empezó a brotar del suelo. La habitación estalló en gritos y detonaciones, y yo estallé con ella en una carcajada estruendosa, homérica. No habían comprendido nada. Joyce acababa de recibir un buen golpe entre las costillas y la hoja estaba clavada hasta la empuñadura. Después de eso, todos ellos vivieron para siempre felices, supongo, y… y… eso es todo.

Sí, creo que eso es todo, a no ser que la gente como nosotros tenga otra oportunidad en el otro mundo. Nosotros, la gente como nosotros.

Todos nosotros que debutamos en la vida con una tara irremediable, que deseábamos tanto y habíamos obtenido tan poco, que con tan buenas intenciones, tan mal acabamos… Todos nosotros: Yo y Joyce Lakeland, Johnnie Pappas y Bob Maples, el bueno de Elmer Conway y la pequeña Amy Stanton. Todos nosotros.

Todos nosotros.

FIN

NOTA: 9. Dura obra maestra. Según Stanley Kubrick, la historia más escalofriante que haya leído jamás sobre una mente deformada por el crimen.

DIRECTOR Michael Winterbottom
GUIÓN Michael Winterbottom, Robert D. Weinbach (Novela: Jim Thompson)
MÚSICA Melissa Parmenter
FOTOGRAFÍA Marcel Zyskind
REPARTO Casey AffleckKate HudsonBill PullmanNed BeattyElias KoteasJessica AlbaSimon Baker

[página 154]

En muchos libros que he leído, el autor parece descarrilar, enloquece en cuanto llega al momento culminante. Empieza a olvidarse de los signos de puntuación, suelta todas las palabras de una vez y divaga acerca de estrellas que parpadean y que se sumergen en un profundo océano opaco. Y no hay forma de enterarse si el protagonista está encima de la chica o de una piedra. Creo que ese tipo de manía pasa por tener un gran valor intelectual… Un montón de críticos lo pone por las nubes, y me he dado cuenta. Pero tal y como yo lo veo, el escritor es un maldito perezoso que no sabe hacer las cosas bien. Yo seré lo que quieran, pero perezoso, no. Lo voy a contar todo.

EL ASESINO DENTRO DE MÍ

Jim Thompson

Etiqueta Negra

Júcar

Comentario en el blog Espacios en blanco

«El asesino dentro de la pantalla» en el blog Abandonadtodaesperanza

«El asesino dentro de mí» próximo estreno de la película de Winterbottom

MOSQUITOS – William Faulkner

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[páginas 464-467]

Al fin en casa, se quitó la chaqueta y la colgó pulcramente en un armario sin darse cuenta de que había realizado ese ritual; después sacó del baño una máquina metálica que tenía una bomba de mano, y esparció metódicamente por la habitación una esencia acre de poleo. Cada vez que apretaba hacia abajo encontraba una resistencia leve y cómoda, aunque el émbolo volvía hacia arriba fácilmente. Como la respiración: delante y detrás y delante y detrás: un ritmo.

“Algo que pueda hacer. Algo que pueda decir”, repitió siguiendo el ritmo de su brazo. El líquido cuchicheaba acremente, se disolvía en la atmósfera y la impregnaba. Algo que pueda decir Algo que pueda hacer Tiene que haber Sin duda un hombre que pueda hacer Tiene que haber Sin duda un hombre puede estar dotado de un impulso y sin embargo privado de la posibilidad de saciarlo Algo que pueda decir.

Su brazo se movió cada vez más deprisa, esparciendo el líquido por el aire con breves chorros susurrantes. Se detuvo, y tanteó para encontrar su pañuelo, hasta que recordó que estaba en su chaqueta. Sin embargo, sus dedos descubrieron algo, y , agarrando su olorosa máquina, sacó del bolsillo del pantalón una caja de metal pequeña y redonda, la sostuvo en la mano, mirándola. “Agnes Mabel Becky”, leyó, y soltó una risa breve y desprovista de alegría. Luego se movió lentamente hacia su cómoda, escondió la pequeña caja cuidadosamente en su lugar habitual, y volvió hacia el armario donde colgaba su chaqueta, cogió el pañuelo y se limpió con él la frente. “Pero ¿he de convertirme en un viejo antes de descubrir lo que es? Viejo, viejo, un viejo antes de vivir nada…”.

Se dirigió lentamente hacia el baño, dejó el perfume en su sitio, y volvió con una palangana de agua tibia. Puso la palangana en el suelo y volvió al espejo; examinó su rostro. Su pelo empezaba a escasear, de eso no había duda (“no puedo conservar ni mi pelo”, pensó amargamente) y sus treinta y ochos años se notaban en su cara. No tenía inclinación carnosa, pero la piel bajo las mandíbulas empezaba a soltarse, se volvía fofa. Suspiró, y terminó de desnudarse, apartando pulcra y automáticamente la ropa mientras se la quitaba. En la mesa que había junto a su silla guardaba una caja de pastillas digestivas y se sentó con los pies en el agua tibia, masticando una de ellas.

El agua que subía tibia por su cuerpo delgado lo tranquilizó, la olorosa pastilla entre sus mandíbulas lentas le dio una momentánea sensación de alivio. “Veamos -meditó mientras masticaba rítmicamente, revisando con calma la velada-. ¿En qué me he equivocado esta noche? Mi plan era bueno. El propio Fairchild lo ha admitido. Vamos a pensar…”. Sus mandíbulas se tensaron y su mirada se detuvo en una fotografía de la pared de enfrente. “¿Por qué nunca actúan como has calculado? Puedes pensar en cualquier contingencia, y siempre harán una cosa distinta, algo que ni ellas mismas podían haber imaginado o previsto de antemano”.

“… He sido demasiado amable con ellas, he dejado demasiado espacio para que intervengan su perversidad natural o simplemente el azar. Ese ha sido siempre mi error: invitarlas a cenas y espectáculos inmediatamente, dejar que me releguen a la posición de un pretendiente, de alguien que sirve sus placeres. El truco, el único truco, es intimidarlas, dominarlas desde el principio: no emplear tretas jamás y no darles nunca la oportunidad de emplear tretas. La técnica más vieja del mundo: un palo. ¡Dios mío, así es!”.

Se secó los pies rápidamente y los metió en sus zapatillas de estar por casa, y fue hacia el teléfono y dio un número.

-Ese es el truco, exactamente -susurró exultan, y escuchó al otro lado una soñolienta voz masculina.

-¿Fairchild? Siento mucho molestarle, pero por fin lo tengo -una voz ahogada y confusa llegaba desde el otro lado, pero él siguió impasible-. He aprendido del error de esta noche. El problema es que no he sido lo bastante audaz con ellas: me ha dado miedo asustarlas. Escuche: la traeré aquí, no aceptaré un no por respuesta; seré cruel y duro, brutal si es necesario, hasta que suplique mi amor. ¿Qué le parece?… ¿Hola? ¿Fairchild?

Un intervalo lleno de una interferencia remota. Luego una voz femenina dijo:

-Eso es, chico grande, sé duro con ellas.

FIN

Nota: 3. La idea era buena pero todavía le quedaba mucho por aprender.

 

[página 16] [del prólogo de Justo Navarro]

Pero en el Nausikaa no hay delito, si no es el delito de hablar y hablar, de dilapidar palabras, palabras, palabras, hasta caer en “la absoluta y desoladora estupidez de las palabras”, como dice el narrador deMosquitos. Faulkner descubría la enfermedad de sustituir las cosas los hechos por palabras, o, como decía Fairchild-Anderson, el síndrome del marido viejo y cornudo que se llevaba el Decamerón a la cama matrimonial.

[página 162]

No quiero decir con las palabras. Las palabras no les interesan, salvo como cosillas con las que pasar el tiempo. No se puede ser audaz con ellas con las palabras: ni siquiera puede escandalizarlas con las palabras. Aunque quizá la razón resida en que la mitad del tiempo no te están escuchando. No les interesa lo que vas a decir: les interesa lo que vas a hacer.

 

de uniforme

 

MOSQUITOS

William Faulkner

Traducción de Daniel Gascón

Prólogo de Justo Navarro

Ediciones Alfabia, 2009

ÍNDICE

 

Zumbido de palabras, Justo Navarro

MOSQUITOS

Prólogo

El primer día

El segundo día

El tercer día

El cuarto día

Epílogo

Comentario en el blog El lamento de Portnoy

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EL AMANTE DE ITALIA – Henry James

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[páginas 154-156]

Entre las impresiones de primera hora de esta mañana hubo un inolvidable espécimen de aquel tipo universal: la imagen de una de esas figuras humanas sobre las que nuestra percepción de lo romántico se abalanza a menudo en Italia, como si se tratar del genio de la escena personificado; dada la ventaja de que la escena aquí tiene una distinción insuperable, su representante fisiológico, que la sintetiza con una animación, un aspecto, una expresión, una delicadeza y una total humanidad que parecen concentradas en su persona, se vuelve hermoso por el mismo simple proceso que el heredero de un capital se vuelve rico. Nuestra temprana partida, nuestro descenso de Posilippo dando un rodeo por la luminosa Baia para evitar la ciudad fue una hora de encanto más allá de lo que yo pueda evocar aquí; todo lustre y azul, y al mismo tiempo todo composición y clasicismo, el panorama se extendía, hasta que, después de haber contemplado extraordinarios trozos de resplandor en lo alto y horizontes de perla, a la vuelta del camino nos dimos con un robusto joven guardabosques, o tal vez un joven granjero, bien equipado y rozagante que había descolgado su arma y apoyándose en ella, junto a un seto, en la poco común felicidad de su total apariencia, encarnaba para nosotros la vida misma; en aquel momento, en reconocimiento suyo, o tal vez en su homenaje, moderamos instintivamente la velocidad. Él, por así decirlo, redondeaba la lección dando el supremo acento correcto, el exquisito sello final a la frase inmensa y magnífica; la cual, a partir de ese momento, no parecía sino una página escrita en la más noble de las lenguas por un consumado economista verbal y maestro de estilo. Nuestra espléndida planta humana había florecido con estilo a la vera del camino -y durante el resto del día no hubo un lapso de elocuencia, una palabra malgastada, una cadencia perdida.

Estas cosas son memorias personales, con la lógica de ciertas insistencias de ese tipo que a menudo son difíciles de percibir. ¿Por qué, por ejemplo, habría de conservar tan sagradamente imborrable el recuerdo de nuestra breve para tomar el té de la tarde (en nuestro caso el café) en la parda piazzetta de Velletri, justo antes del empujón final pasando por los enrojecidos Castelli Romani y de la bajada a través de la Campagna que empezaba a oscurecerse? Habíamos sido depositados en el mismo regazo de la antigua familia cívica, según la inveterada costumbre de nuestro sentido de tales posiciones sociales en pequeñas ciudades italianas. Había una terraza elevada, con escalones, enfrente de los dos o tres mejores cafés locales, y en aquella luz difusa, cálida y decreciente de junio, varios respetables señores, sentados junto a mesas vacías, fumaban largos cigarros negros mientras probablemente nos escrutaban elaborando sutilezas mentales como las que tan a menudo conferimos a la simplicidad italiana. El encanto residía, como es habitual en Italia, en el tono y el aire y el feliz azar de las cosas, lo que convertía en frívola cuestión cualquier pretensión de importancia. En aquel lugarcito empinado nos deslizamos, más o menos, colina abajo; estomacalmente deseamos habernos limitado a un servicio de té; sufrimos las impertinencias de chiquillos malcriados que hormigueaban alrededor de nuestras sillas y retozaban a nuestros pies; no pasamos mucho tiempo allí; no fuimos a “ver” nada; y sin embargo nos comunicamos intensamente, nos hallamos a gusto en el seno del pasado, experimentamos intimidad, en una palabra, una intimidad mucho mayor que la meramente accidental y aparente: y la dificultad de expresarla correcta y agradecidamente es lo que la convierte en el viejo, el familiar impuesto sobre el lujo de amar a Italia.

FIN

NOTA: 7. Pero se le da mejor hablar de personas que de ciudades.

Henry James y Edith Warthon, 19904

ÍNDICE

El lujo de amar a Italia por Hilario Barrero

Fuera de la temporada de Roma

Una cadena de ciudades

Rivena

Otoño en Florencia

Ciudades toscanas

Venecia

La tarde del santo y otras tardes

Caricatura de John Sherffius

“Se necesita mucho para hacer un americano triunfador, pero para hacer un veneciano feliz solo se necesita un puñado de sensibilidad”

pag. 98

El amante de Italia

HENRY JAMES

Selección, traducción, prólogo y notas de Hilario Barrero

Trabe

Oviedo, 2009

LA HUMILLACIÓN – Philip Roth

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[páginas 153-155]

Cuando mucho después de que llamara Asa, en algún momento alrededor de la medianoche, y transcurridas varias horas desde que se había retirado de nuevo al desván, no pudo apretar el gatillo ni siquiera después de haber llegado incluso a meterse el cañón del arma en la boca, se obligó a recordar a la menuda Sybil van Buren, aquella ama de casa convencional que vivía en un barrio residencial y pesaba menos de cincuenta kilos, y que acabó lo que se había propuesto hacer, que adoptó el horripilante papel de asesina y lo interpretó con éxito. Sí, pensó, si ella pudo reunir las fuerzas necesarias para hacer una cosa tan terrible al marido que era su demonio, entonces por lo menos puedo hacerme esto. Imaginó la férrea determinación de la mujer para llevar a cabo su plan hasta el brutal fin: la implacable locura que había movilizado para dejar a los dos niños en casa, subir al coche y dirigirse sola a la casa del marido del que se había distanciado, subir las escaleras, tocar el timbre, alzar la escopeta y, cuando él abrió la puerta, dispararle sin vacilación dos veces a quemarropa… ¡Si ella pudo hacer eso, yo puedo hacer esto!

Sybil van Buren se convirtió en el punto de referencia del valor. Se repitió a sí mismo la fórmula que inspiraba a la acción, como si una o dos sencillas palabras pudieran hacer que realizara el más irreal de todos los actos: “si ella pudo hacer eso, yo puedo hacer esto, si ella pudo hacer eso…” hasta que finalmente se le ocurrió fingir que se suicidaba en una obra de Chéjov. ¿Qué podría ser más adecuado? Constituiría su retorno a la actuación y, aunque fuese un pequeño ser ridículo, débil y desacreditado, el error de una lesbiana durante trece meses, necesitaría todas sus capacidades para realizar la tarea. Para lograr por última vez convertir en real el mundo imaginado, tendría que fingir que el desván era un teatro y que él era Konstantin Gavrilovich en la escena final de La gaviota. Cuando tenía unos veinticinco años, en la época en que era un prodigio teatral, triunfaba en cuanto intentaba y lograba todo lo que quería, había interpretado el papel de ese personaje de Chéjov, el joven aspirante a escritor que se siente un fracasado en todo y está desesperado por su derrota en el trabajo y el amor. Fue un montaje de La gaviota del Actors Studio en Broadway, y señaló su primer gran éxito en Nueva York, convirtiéndole en el joven actor más prometedor de la temporada, seguro de sí mismo y consciente de su singularidad, y conduciéndole a todos los acontecimientos imprevisibles que siguieron.

Si ella pudo hacer eso, yo puedo hacer esto.

Al final de la semana, cuando la señora de la limpieza descubrió el cadáver había una nota de nueve palabras a su lado. “Lo cierto es que Konstantin Gavrilovich se ha suicidado.” Eran las últimas palabras de La gaviota. Lo había llevado a cabo, el prestigioso actor teatral, en otro tiempo tan aclamado por su fuerza dramática, que en sus buenos tiempos reunía a un público que acudía en masa para verle actuar.

FIN

Nota: 6. Triste. La novela y lo de Roth.

LA HUMILLACIÓN

Philip Roth

Traducción de Jordi Fibla

Literatura Mondadori

15 primeras páginas

La humillación en Letras Libres

La humillación en elcultural.es

La humillación en Babelia